Para subir al cielo, como nos dijeron los curas, el camino es
tortuoso. Una cuesta detrás de otra, acantilados a los lados, y cipreses en los
bordes apuntando a Dios. El camino hacia el cielo tiene pocas señales, el gps
no funciona y olvídate de la cobertura, yo he tenido suerte, a mi me han
llevado de copiloto.
Cuando
llegas al cielo Pedro, el recepcionista, te da una llave de las de antes, nada
de tarjeta electrónica, una llave con un colgante antiolvidadizos. En mi caso
es imprescindible por que suelo bañarme con las tarjetas electrónicas y olvidar
nada más dármelo el número de la habitación. El cielo, al contrario de lo que
siempre había pensado no es azul. El cielo es verde y tiene castaños y abetos,
pinos y un montón de árboles que, de no haber faltado tanto a clases de
ciencias, sabría decirte lo que son. Pero todos son verdes menos en otoño, que
al parecer alguno coge otra tonalidad para darle más color y luz. En la terraza
del cielo las cervezas no están fresquita, allí están congeladas y por su
puesto, son de San Miguel. Puedes encontrarte todo tipo de bichos, incluso
alguna avispa, más que nada para recordarte que ni siquiera el cielo es
perfecto. La piscina del cielo tiene delfines que juegan contigo y solo la
compartes con una pareja de alemanes, gente muy formal que te saluda con un
“Hojla” y se despiden con un “Adiojs", ni siquiera hacen ruido cuando se
tiran al agua de cabeza. Allí el sol se pone un poco antes que en cualquier
sitio, los árboles y las montañas lo esconden, pero después vuelve a
salir, solo un momento, como si se hubiese olvidado el beso de despedida y
entonces no vuelves a verlo hasta la mañana, dejándonos aún un rato de luz. Los
caminos que están alrededor del cielo son senderos amplios donde los pájaros te
saludan y te dan los buenos días. Algún inconsciente con bula es capaz de ponerse
a jugar al tenis, por que allí también tienen pista, pero lo habitual es pasear
por los caminos del señor buscando un zorro, o algún búho que, despistado, no
se haya acostado aún.
Se refería a una zona de Ojén. Un sitio al que me llevó una persona muy especial, que me lleno de paz, de tranquilidad, (lo necesitaba por aquel tiempo como agua de mayo) además de insuflarme vida como no le he conocido a nadie.
Ahora, estos días de incendio no he podido evitar recordar lo feliz que fui entre esos árboles, en un lugar rodeado de castaños y donde un delfín nos daba los buenos días. Ahora, no puedo evitar pensar que esos testigos mudos se han quemado.
Ha sido horrible, BUbo. Las llamas se veían en Málaga Capital en incluso en la costa oriental (Rincón de la Victoria, Benajarafe...). Es tristísimo ver cómo se ha quedado aquello, Coín, y la zona de Calahonda; casi te recomendaría que no volvieras a comprobarlo por ti mismo, sería una imagen demasiado desagradable. Quédate con los buenos recuerdos.
ResponderEliminarTuve la oportunidad de ver la desolación en un incendio de la sierra de Aracena y el de Córdoba hace unos años y la verdad, no me apetece repetir experiencia.
EliminarEl fuego se ha quedado a 300m de casa de mi primo..
ResponderEliminarHan estado desalojados, con el corazón en puño...
Ha sido horrible!
Supongo que lo peor es la impotencia que sientes.Ver como se abrasa todo alrededor. Porque pensar en que ha sido provocado... eso debe ser muy frustrante.
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