- ¡Pero pruébalo con ajo! - Me decía mi padre - ¡Este niño! Le hace ascos a todo.
- ¡Que nooo! ¡Que pica! - Le respondía yo mirando con asco aquel plato pringoso de aceite con un montón de ajos cortados.
A mi padre le encantaba desayunar tranquilamente con todos en la cocina. Se preparaba su aceite, y bacalao, su enorme pan con miga y cortaba ajos para el aceite como si tuviese varias fanegas en Montalbán. Después con el estómago lleno se tomaba un vaso de café con leche y unos polvos que diluía en agua: Percatamanatas carcamoniosos, los llamaba.
Yo tardé varios años en acostumbrarme al aceite con ajo, al bacalao y a mañanas tranquilas desayunando como si nunca más se fuese a poner el sol. Y hoy he ido a desayunar con él. Mientras cortaba ajos como si tuviese una fanega en Montalbán le he recordado lo poco que me gustaba desayunar pan con aceite. Sin hablarme ha cogido su zumo de naranja y sus cereales, sus medicinas y unos sobres que el médico le ha recetado en los últimos días.
- Percatamanatas... - ha dicho mientras vaciaba el sobre.
- ¿Carcamoniosos? - Le he preguntado.
Y entonces, sin que mi madre lo viese, ha cogido una miga de pan y mojándola en el aceite se ha llevado con varios trozos de ajo a la boca. Me ha mirado con esos ojos que se gasta últimamente que parece que se va a poner a llorar en cualquier momento y hemos sonreído.
- A todo esto... ¡Felicididades Papá!
- ¡Serás torrija! ¡Felicidades a ti también! - Me dice mientras me suelta un beso en la mejilla y me la deja pringosa.