No tenía nada. Nada que no hubiese visto ya en infinidad de fotos, de cuadros, de láminas. Desde el colegio hasta aquel novio que se echó medio pintor había visto todas las inmaculadas posibles, en todos los colores, todos los tamaños. Pero ayer, el cansancio y el calor de Córdoba la obligaron a sentarse en aquel banco frente la virgen de Antonio del Castillo. Quizá si la vista hubiese caído el lado contrario el descanso habría sido solo eso, un descanso. Se detuvo entonces en las formas, gordos angelotes copiados por los barrocos, se paró en el manto volandero de la purísima, en el celeste azul que ducha a todo personaje de aquellos cuadros y solo cuando vió a aquel niño con papiro con una distorsión en el cuerpo fue cuando se echó atrás. La postura incómoda del serafín le hizo ladear la cabeza, volver a mirar todo el cuadro con otra perspectiva. Fue lo que la tuvo durante unos minutos pendiente de la pintura.
Después, como si hubiese encontrado el reloj Casio en la muñeca de aquel figurante romano de Nerón, sonrió y haciendo un aspaviento se marcho.
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Pues si, ayer tocó visitar el Bellas Artes. Hacía tiempo que no caía esa visita y en estos meses se expone: "La Estela de Murillo". Esperaba más de esa exposición, sobre todo después de haber leído críticas buenísmas desde Sevilla, pero claro, no es la misma que ha estado en la capital Hispalense el pasado año, muy restringida esta. De todas formas uno aprovecha y se da una vuelta por esos lugares que tanto gustan (al menos a mi) y que por estar cerca no se visitan con tanta frecuencia como a gustaría. Recomendable al fin y al cabo. Si no por la exposición con relación a Murillo si por el resto del Bellas Artes de Córdoba.