¡Ya ha llegado! Espero que no dure mucho. ¡No! No creo.
Antes si. Antes la morriña me duraba casi mes y medio. Llegaba incluso antes de
que pudiese echar de menos y no se iba hasta ya entrado el curso escolar. Cada año
un poquito menos pero todavía, después de ocho años, me llegan unos días en los
que estoy más tonto de la cuenta.
He estado un mes y medio sin pensar en otra cosa que no
fuese el niño, el desayuno, las comidas, los juegos, las salidas, la play… Todo
el día pensando como padre. Y ahora…
Ahora tengo tiempo, si no quiero ir a la casa a comer ni voy, de hecho si no
quiero comer ni como. El cine de verano vuelve a ser una opción y recupero mi
vida social. He estado un fin de semana de viaje y me caminado hasta hartarme
sin tener que estar pendiente de que nadie se canse. (Bueno… esto no es cierto
del todo.) Puedo quedar con mis amigos, ir a la piscina cuando me apetezca,
dejar la tele desenchufada y no ver nada. Y, por supuesto, se han acabado los
programas de cocina. El Jardín botánico vuelve a estar al lado de casa y
cualquier punto de Córdoba está a menos de quince minutos en bici. Nada de autobuses, coche y disgustos para ir sitio. El mundo está más cerca, hay más
espacio, más tiempo, incluso más ganas pero hoy… Hoy hecho de menos al
carajaula de mi nene. Y es que por muy cafre que sea, luego, el imbécil, se
hace querer.