La espera hasta la media noche, con un gesto de resignación y orgullo decide acostarse. Poco después de entrar en la cama, llega ella. La llama, y su voz se le antoja débil, quebradiza, como la de un enfermo pidiendo auxilio en su cama de hospital.
- Un minuto. Hazme un hueco.- Le dice melosa. - Voy al baño y me acuesto. Estoy rendida.
Más tiempo de espera que se le hace eterno.
Ahora a él le toca recomponerse, mostrar una dignidad que no se encuentra en una cama tan grande. Se atusa el pelo. Ella sin embargo está soberbia. El camisón de raso la hace más apetecible aún y le sonríe. Cuando se acuesta lo hace rápido. Le da un beso en la mejilla y girándose apaga la luz.
A él la visión de sus piernas le ha inflado el deseo. Se le acerca a su espalda y acomoda su polla dura entre sus nalgas.
- Estoy rendida. - Repite.
Él, resignado, se deja caer en la almohada. La cara cerca de su pelo le trae recuerdos de hace varios años. De... ¡tabaco! ¿Tabaco? Su nariz deja de sentir las cosquillas de sus rizos y olfatean el pelo. Hace tiempo que él dejó de fumar pero a ella le gustaba el olor de sus cigarros. Cuando le llamó para retrasar su llegada le dijo que estaba con las amigas en un pub, que... ¡Ya no permiten fumar! ¿Donde habrá estado? - Se pregunta. Entonces vuelve a aquella clase de cata. A aquel lugar en que descubría los secretos de un vino olfateando copas y comienza a husmear. No es solo el pelo. Ahora que duerme respira tranquilamente y su aliento es el de una destilería irlandesa. ¿Como no la he notado antes?- Susurra. El frescor de sus boca era aún el de la pasta dentífrica. Su beso no ha sido en los labios como antes y... ahora recuerda aquellos días,. Ella casada aún, cuando terminaban sus días en un pub irlandes. Mucho Jameson hasta entrada la madrugada. Días que terminaron dando paso a una ida unidos, a refrescos, zumos, quizá, cada vez menos, a alguna cerveza o gintonics.
La cama está caliente. Sube el embozo de el nórdico y su nariz, aún en esa clase de cata, recupera otro olor de antaño. Un olor de juventud, cuando una estudiante de medicina le regaló un bote de colonia: Davidoff. Una colonia que nunca más volvió a usar. Ahora ese mismo perfume subía desde las piernas de ella. Un aroma que él, harto de su nariz, de su olfato, hastiado de su vida, busca colocando su mano entre esas piernas kilométricas que lo devuelven a otra edad.
Un tacto húmedo que provoca que ella se gire, lo acaricie en sus sueños y nombre a alguien que no es él.