Cristina pinta los días de su calendario.
A veces son rojos y brillantes. Son días en los que está guapísima. Días de alegría, de sol, de nieve o de lluvia. Días en que alguien la hace feliz, en los que ella hace felices a los demás.
A veces son verdes. Días de esperar, de esperanza, de ver crecer lo que Cristina ama. Día en los que las cosas, la rutina se hace dueña para buscar un significado a lo que quiere encontrar.
Pocos veces los pinta de gris. Nunca le vi más de dos seguidos. Cristina no se dejaría llevar por el gris. Es un color precioso para vestir pero no para sentir, dice ella. Y entonces, antes de que ocurre eso, un tercer día gris pinta, el siguiente de color azul. Cuando sus días son azules... ¡son días de luz! Da igual que haya sol, nieve, o lluvia. Son días en los que ella busca su azul. Y el azul está en el cielo, en el mar, o solo en sus gafas de sol. El azul es un color para sentir. Y ella lo deja todo para que la recubra el azul, para no olvidar, para recordar lo que es, lo que quiere, para recordarse que el blues es más que un color.
Cristina, a veces, también se enfada y pinta esquinas de sus días en amarillo. Una vez llegó a pintar casi medio día de ese color. Nunca el día entero, no se lo permitiría.
Cristina pinta los días de su calendario.
Al menos eso hacia cuando vivíamos juntos, cuando nos emborrachábamos y la ciudad se ponía a sus pies. Cuando la casa se llenaba de amantes y libros, de risas, de limpiezas a la carrera y visitas de padres preocupados. De botellas con más luz que las fotografías que pululaban por casa.
Cristina pintaba los días de su calendario. Ahora no. Ya no lo hace. Hoy he ido a su casa, su marido no estaba y los niños recogidos en la escuela. En su cocina un calendario grande marcaba números rojos, negros, el veintiocho en gris pero ninguno pintado de color. Ningún día coloreado. Cuando le he preguntado me ha dicho que ahora todos los días tienen el mismo color. Que no tiene azules, ni verdes, que ni siquiera se enfada de amarillo y el rojo solo lo ve en semáforos. Que en su vida está perdiendo todos los tonos.
Hoy le he regalado uno de mis días azules, quizá el cielo no acompañaba, ni el mar que sigue sin verse en Córdoba, ni el río que baja enlodado, pero solo era necesario cambiar los cristales de las gafas de sol. Solo buscar en las tabernas de hace años un rincón azul, entrar en un portal con vidrieras multicolor, abrazarla bajo un paraguas robado... Hoy tocaba un día azul y cuando se ha marchado le he regalado mis lápices de colores, y una promesa que no voy a poder cumplir. Hoy ella se lleva mis colores pero le quitado uno para marcar mi día de hoy. Su azul, por mi gris.