El otro día me fumé un cigarro en el salón de casa. Con su café, su copa de Lepanto y música de fondo mientras leía. Estaba solo, el humo no era cancerígeno para nadie, solo para mi, la música rondaba suave, sin traspasar paredes, y la cafeína y el alcohol no sobrepasaron niveles de tolerancia normal. Me sentó tan bien que cuando lo acabé un remordimiento me recorría el cuerpo.
He decidido prohibirme el tabaco y he tirado todos los cd’s piratas que había en casa. Voy a empezar a cuidarme y a cuidar mi ambiente. Y para ser más legal todavía, fuera el café y he vaciado en el lavadero todo el mueble bar, para no que no me pille de sopetón cuando lo prohíban.
El problema es que ahora casi no me hablo. Me escondo en las habitaciones con la ventana abierta para fumar y, en el frigorífico, he guardado una botella de Lanjarón, con ginebra. El café solo lo tomo en el curro y cada vez son más tazas para compensar las que no caen en casa.
Me estoy jodiendo la vida, pero al menos parte de ella se ve como un tío legal que se cuida. Que llegará a jubilarse y le quedarán muchos años para disfrutarla.
El día que me muera y me sorprenda, no se como decirme que he sido el culpable, no se como pedirme disculpas.