Se acerca al hombre que murmura en el banco y se acacha para ponerse a su altura.
- Papá. Dicen que no hay autobús.
- Si hay. Me voy al pueblo.
Intenta levantarse del banco pero no puede. Se balancea una y otra vez para coger algo de impulso pero el banco es bajo. Ni siquiera apoyándose en el bastón consigue levantarse. El anciano lo mira. Es una mirada entre suplicante y de mando. No quiere pedir ayuda pero es lo que hace con sus ojos.
El hombre que está a su lado le pone la mano en la espalda y lo aúpa para incorporarlo.
- Venga papá. Vamos a casa.
- No. Yo me voy.
Entonces se dirige con pasos lentos a una taquilla. La primera que encuentra abierta. Su hijo lo sigue sujetándolo del brazo del bastón. El otro lo lleva en cabestrillo.
- Papá vamonos.
- No. Al pueblo. Yo me voy a mi casa.
- ¡Pero si tu casa está aquí!
En la taquilla una mujer lo mira interrogante.
- Quiero ir mi pueblo le dice. Dame un billete.
El hombre a su espalda le hace señas con la cabeza.
- Ya no hay autobuses. Hace un momento ha salido el último. Venga usted otro día.- Le dice con una mueca de no entender bien.
- ¿Ves papá? Ya no hay autobuses. Mejor nos vamos a casa.
- Pero yo quiero ir al pueblo. Yo quiero ir a mi casa. Por favor, dejadme ir a casa.
El hombre lo lleva sujeto del hombro. Lo fuerza a dar un paso mas, otro, otro. Mientras lo dirige con lágrimas a la salida de la estación.