De pequeño me daba mucho coraje que se acabase la bola de chocolate. Cuando la lengua empezaba a rozar el cucurucho sentía un gran desasosiego. ¡Se acababa! Ya no era lo mismo. Lo mejor me lo había comido. Quedaba en el fondo de la galleta pero... ya no era el chocolate con el que me brillaban los ojos. No era el cucurucho con su bola semicircular que encendía mi ilusión.
Después aprendí que el cucurucho de chocolate era todo. No solo la bola de helado. Si no la galleta, con su sabor dulce y crujiente que se iba derritiendo la boca y ese gustoso tacto de cuadritos en la lengua. La gracia de evitar que el chocolate se callese, ni una gota podía derramarse, quizá los dedos terminasen pringados pero esa era otro de los alicientes. ¡Chupar los dedos llenos de chocolate! (De pequeño incluso me enfadaba si me manchaba los dedos. Ahora me divierte y lo disfruto tanto como el chocolate inicial.)
Los años me han enseñado a comer el último pizco del cono con ganas. A disfrutar el retrogusto del chocolate y la galleta una vez acabada. Cuando aún el paladar te devuelve su sabor.
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Jessica Alba. (¡Vale, si! El suyo es de nata.) |
Con las relaciones pasa más o menos lo mismo. Las primeras veces no apreciamos la galleta. Solo queremos el chocolate, el sabor dulce, el frío y gustoso helado. Después aprendemos a disfrutar la galleta, no es el sabor principal pero entraba dentro del lote del cucurucho que pediste. Y si tienes suerte puedes disfrutar años de la galleta, si me apuras... hasta después de que ya no haya nada y siga en el paladar. Pero la diferencia que hay es, que una relación es cosa de dos. Y a veces una de las personas no sabe disfrutar de la galleta... que tira sin miramientos.
P.D. Al que no le gusten los cucuruchos que se pida una bola en una tarrina. La cobran igual y no es necesario tirar la galleta.