Me acabo de enterar que hay que actualizar el WhatsApp. Yo pensaba que una vez instalado eso serviría para toda la vida, como un matrimonio al menos. Lo quieres, te quiere, aceptas la condiciones y ya está. A los tres meses ella pide el divorcio porque ha visto una aplicación que le gusta más y se acabó la historia, algo rápido pero al menos avisa. ¡Mira que te vayas a la mierda! ¡Que te aguante tu madre a partir de ahora! Pero esto del WhatsApp ni avisa. Ni siquiera te manda a buscar un abogado. Te deja sin más y ya está. Lo peor no es que tú seas el último en enterarte, como cuando te ponen los cuernos. Lo peor es que no se entera ni dios. Siguen enviándote invitaciones, sonrisas, mensajes. Igualito que los inútiles que te mandan las cartas a nombre de Sr. Bubo y Sra. ¿Que señora si se se fue hace cinco años? El caso, ya digo, es que no se entera nadie de que el whatsapp te ha dejado. Hoy cuando por fin he vuelto a activar el servicio con una actualización, que fácil hubiera sido actualizar a mi esposa en vez de aguantarla como era, me he encontrado con siete millones cuatrocientos veinticinco mensajes. ¡¡Joder!! Si yo solo he estado cuatro días de vacaciones. Ni una bomba nuclear genera tanto mensaje. Una bomba nuclear no, pero una familia si. Y desde que en casa tenemos un grupo familiar, todos incluidos, ese grupo cuenta con el noventa y tantos por ciento de los mensajes.
Empiezo a leer desde el principio y me entero de que mi padre ha sufrido un ha sufrido un infarto. Imagino que será algo leve, si no me habrían llamado pero sigo leyendo. Mensajes cruzados, mensajes de angustia, iconos de hospitales, el smile de grito y sorpresa y cuando creo que el día solo puede ir a mejor, resulta que está en la UCI. Pero...¡Coño! ¿Como es que nadie me ha llamado? Sigo leyendo. Este no debe ir a más porque es solo el primer día. En el WhatsApp preguntan que donde estoy y se indignan de que no conteste. Que al parecer, dice la familia, que solo quiero escurrir el bulto, que cada vez que hay un problema me quito de en medio, que vaya manía tengo de apagar el móvil y que ya puedo contestar de una puta vez.
Sigo leyendo. Al día siguiente mi padre no mejora. El grupo, mis hermanas, han ido organizando las horas de visita. ¿Que que hora me viene mejor para ver a Papá? Que está muy mal y no saben si va a salir de esta. Más iconos de hospital, un rezo vía smile a Santa Rita patrona de los imposibles y más quejas y requiebros por no dar la cara.
Estoy indignado. ¿Pero es que no se le ha ocurrido a nadie llamarme? Al día siguiente todo WhatsApp está lleno de cruces. Mi padre ha fallecido. El entierro es a las cinco, escrito con números cuadrados y azules, en la iglesia (más iconos) de la Fuensanta. Más recriminaciones de que no he estado pendiente de ver a mi padre en sus últimos momentos. Que se me debería caer la cara de vergüenza. (No conocía este smile que pone una de mis hermanas, se ve que su actualización es mejor que la mía.) Que ni se me vaya a ocurrir presentarme en la iglesia con pantalones vaqueros. (Eso lo encuentro en un mensaje aparte del grupo de una de mis hermanas.)
El cuarto día sin WhatsApp veo que se ha cortado a medio día. ¡Me han echado del grupo familiar! Poco después es cuando me he enterado que debía actualizar el programita de los cojones.
Llamo a mis hermanas y ninguna contesta. No me cogen el teléfono. Se han desentendido. Conecto el WhatsApp y les envío un mensaje que copio para todo el grupo, explicando la situación, uno por uno. A los dos minutos me han vuelto a aceptar.
Los smile de lloros me han dejado empapada la pantalla. Pero parece que vuelve a restaurarse la armonía familiar. Es entonces cuando me entero que uno de los temores de mi padre era ser cataléptico y no poder comunicarse. Ellas, pendiente de todo, le han dejado su móvil como el tipo ese de la película, Buried. Un móvil viejo, sin conexión de datos. Un móvil que no le va a servir de nada si no tiene WhatsApp.