Estuvimos dos años saliendo juntos. Cristina y yo habíamos quedado como amigos pero seguía echándola de menos. Entre tanto alguna salida hasta las tantas me proporcionó algún rollo. Ninguna chica llegó a gustarme más allá de la tercera copa. Ella seguía estando en mi cabeza día tras día. Hasta que llegó Mónica.
Mónica era parecida a Cristina. Quizá más alta, menos guapa, pero lo compensaba eligiendo muy bien su ropa. Usaba vestidos cortos que resaltaban toda su figura. Tardé en darme cuenta que me gustaba. Ella salía con un grupo de amigos diferente al mío, de su grupo solo conocía a Javi. Primero compartimos alguna cervezas en la tasca de la Asunción. Después, los más borrachos de los dos grupos, quedábamos en Chaplin para tomar el café y alguna copa. Era habitual encontrarnos sin quedar.
Cristina fue más rápida en darse cuenta que había alguien más. Cometí el error de llamarla por teléfono y su nombre se me escapó dos o tres veces cuando me preguntaba por mis días en la playa. Me recordó que a la semana siguiente estaría en Málaga. Que podía dar una vuelta y pasar el día juntos. Para contarnos batallitas de verano, me dijo, como los dos buenos amigos que nos suponíamos. Yo accedí encantado.
Aquel día fue la primera vez que nos vimos por la noche.Uno es torpe y a veces no se da cuenta de lo que quiere hasta que lo ve llegar con una heineken y un vestido minifaldero negro. Mónica lucía una sonrisa dentífrica que me dejaba helado y un cuerpo que me subía los colores. La madrugada nos llegó sin darnos cuenta. Bailamos alguna salsa, rock and roll, sevillanas y hasta alguna canción de el Fary que colaron en los pub con la idea de echarnos de allí y cerrar. Fue mi mejor noche desde que estaba en la playa y, lo mejor, el inicio de otras. Bailes, cerveza, playa algún secreto confesado al oído comenzaron a unirnos. Ahora los días y las noches pasaban rápido. Los dos grupos se hicieron uno.
Entonces llegó Cristina. Cuando llegó, incluso el autobús hacía juego con sus ojos. Más morena, con unos tirantes que la hacían más esbelta. Estaba radiante. Nos saludamos con dos besos y me ofrecí para llevar su pequeña bolsa. Teníamos solo unas hora y nos fuimos directos a la playa.
- Una en la que no haya mucha gente, me pidió Cristina.
Y ese día no recordé que tenía una cerveza pendiente en La Asunción, no recordé la copa de Chaplin y solo miré el reloj una vez, cuando Cristina me dijo que faltaba poco para que su autobús saliese. El tiempo había pasado rápido, muy rápido y entre medias varios besos en el mar habían dado paso a una promesa: Seguir juntos.
Faltaban pocos días para que las vacaciones acabasen y esa noche, como todas las otras, volví a salir a la calle. Llegué tarde. En la puerta del pub estaba todos. Mónica me sonrió.
- ¿Donde te has metido esta mañana? - Me preguntaron.
Escabullí la respuesta señalando la barra.
- Voy a pedir. ¿Alguien quiere algo?
Me saldría caro pero así no necesitaría contestar. Esperando en la barra Mónica se acercó a mi. Le pregunté por el día, por el tiempo, por la temperatura del agua, cualquier cosa con tal no tener que responder nada de lo que había hecho. Crístina seguía en mi cabeza y se mezclaba con el escote de Mónica y sus piernas. Regresamos con el grupo. Alguien encendió un canuto. A mi me llegó el último, con la boquilla roja del pintalabios de Mónica. Esa noche tuve que hacer muchas escapadas a la barra para evitar marearme. El humo, las cervezas,los labios rojos de Mónica acercándose a mis oídos, sus piernas... y Crístina que parecía que no había cogido el autobús y seguía en mi cabeza.
La madrugada de esa noche se retrasaba más que nunca. Cuando llegó, Mónica me pidió que la acompañase a su piso. Las sonrisas de los amigos se filtraron entre las cervezas. Algún guiño, algún codazo disimulado y... Crístina que volvía a estar justo en su escote. Así que no me fue difícil mirarla a los ojos y decirle que no. Que estaba cansado. Que también yo me iba pero en la otra dirección. Fue Javi quien la acompañó.
Al día siguiente les conté que Cristina y yo habíamos vuelto. Javi se alegró mucho. Era el único que la conocía y estuvo durante un rato alabando las virtudes Cristina, de la fidelidad, de la pareja y después... de Mónica. Por que a partir de ese día ellos se hicieron inseparables y yo no conseguí volver a encontrar mi lugar en aquel grupo.
Ahora se, en esos días que quedaban de vacaciones, escribí dos cartas a Cristina que consiguieron enamorarla más tiempo del que yo fui capaz de estarlo de ella. Pero no las recuerdo. De aquellos días en los que Cristina y yo cimentamos de nuevo nuestra relación solo recuerdos unas piernas vertiginosas, unos labios rojos, un escote impresionante y un vestido minifaldero negro al que dije que no.
Nunca me he arrepentido tanto de un no como aquel día.