Ni siquiera recuerdo cual era la respuesta. Ni la pregunta. Solo se que debía pagar una apuesta que se había hecho hacía ya muchos años. Mucho antes de que las quedadas se hicieran con niños, mucho antes de que se uniesen las esposas y maridos a las celebraciones de nuestro grupo del barrio. Y para eso me había llamado Marina.
La última vez que la vi vivía en una montaña rusa. Después de tanto tiempo aguantando a un marido que le había fallado varias veces por fin se había desecho de él. Los niños, el trabajo, o la falta de él, los padres y algún rollo de esos que se había encontrado en alguna celebración del tipo: Hoy es el ultimo día de tu vida. De esas que te suelen hacer los compañeros o amigas para que te animes por encontrarte más tirado que una colilla. habían conseguido que se estabilizase. Así que cuando llamó y después de varias preguntas pertinentes le pregunté como estaba me respondió:
- Bien. Estoy bien. Algo fastidiada pero bien. Y... ¿sabes que pasa?
- ¡Dime!
- Que he recordado la apuesta esa que nos hicimos. Esa que perdiste y te dije que me tendrías que pagar un día.
- ¿Ahora? Pffff. No sé. Hace mucho de eso...
- ¡No! No me vengas con tonterías. ¿Que estás haciendo?
- Pues... casi me iba a la cama. ¡Es tarde! ¿Sabes? Y Silvia duerme ya.
- Pero no has bajado la basura. ¿A que no?
- No.
- Pues te espero abajo. Aún tengo la llave del piso de mi abuela.
Fui al cubo de basura. Allí estaba, como una traidora, la bolsa llena. La recogí y cerrando sigiloso me fui a la calle. El ruido del contenedor al abrirse parecía una sirena avisando de algún delito. Cuando volvía al piso Marina, enfundada en una gabardina, se dirigía a mi portal. Abrió con las llaves que traía y la seguí. El piso era el bajo derecha. Llevaba dos años esperando que alguien lo comprase. Cuando entré lo reconocí igual que cuando lo visitábamos para atiborrarnos de chocolate o quitarle los cigarros a su abuela.
- Ven... - Me dijo.
Y la seguí hasta el cuarto que de la plancha. El que a veces usaban los invitados con una cama pequeña y libros por todas las estanterías. Marina tenía el aplomo que no le había visto en los últimos meses.
- Me hace falta. Me hace mucha falta y esto solo te lo puedo pedir a ti.
Me desvistió lentamente. Me echó en la cama y para que no la interrumpiese me ató las manos con un precinto que sacó de su gabardina. Después se la quitó dejando ver su cuerpo. Seguía siendo una mujer impresionante. Se fue ajustando a horcajadas en mi cara y entonces cuando tenía sus piernas en en mis mejillas. Casi sin poder escuchar nada más que el tam-tam de sus muslos me dijo:
- Ahora paga. ¡Cómeme el coño!
(Para Juana. Para que baje al sótano.)
Si llego a saber antes que existen estas apuestas habría abandonado para siempre las quinielas, carajo!!!
ResponderEliminarPues a mi me queda alguna pendiente. (Incluso firmada en servilletas, como debe ser.)
ResponderEliminarohhhhhh..... esto es un reto???
ResponderEliminara mi me pueden la apuestas...... el próximo relato será para ti.....
Esperando estoy. Ayer, al final... ¡Que no me podía dormir!
EliminarVoy a tener que hacer memoria, no vaya a ser que tenga por ahí alguna apuesta de ésas sin cobrar. ¿Valdrá inventársela? Si digo que fue hace muchos años tal vez cuele, ¿no?
ResponderEliminarMuy bueno el relato.
Un beso
Memoria no vale. Servilletas firmadas como mínimo. Por ahí debe quedar una que caduca en 2020, una servilleta amarilla con su "prenda" incluida. (Ya ha sobrevivido a tres mudanzas.)
Eliminarqué te apuestas a que yo nunca hice una apuesta así?
ResponderEliminarMe apuesto un strep-tease a que si puedes hacerla.
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