Era un excelente torero de salón. Movia la capa como nadie entre las sillas y las butacas. Se podían escuchar los olés de algunos parroquianos que, bebiendo su mediecito, parecían brindale el trago con cada pase. Una faena enorme, eterna, que duraba tanto como los hielos de su cubata. Que terminaba por apurar de un tirón cuando tocaba entrar a matar aquel toro invisible.
El maletilla lloraba sueño que quedó arramblado en la querencia junto a su valor.
Lo del "mediecito" me ha encantao.
ResponderEliminarNo tengo claro si revive días de gloria ya olvidados, o se inventa un pasado que nunca tuvo. De los dos tipos de personaje he conocido y ambos son un poco tristes a su manera.
ResponderEliminarLos maletilla son aspirantes a torero. No tienen la alternativa.
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