Hablaba con un amigo de lo poco que escribo en los últimos meses cuando un tipo nos interrumpe.
- ¡Oiga! Tengo yo unas gafas para eso.
- ¿Como?
- ¡Unas gafas! ¡Para escribir!
Miro al tipo con una mueca escéptica. Pero debe ser un vendedor nato y girando la silla se posiciona entre mi compadre y yo.
- Si, verá usted. ¿A que su problema es la página en blanco?
- Pues... - Me niego a admitirlo.
- ¡Es normal! Usted antes miraba a una persona y conocía su historia. Mire a aquella señora. ¿Que ve?
- Pues a una mujer.
- Pero usted antes no veía solo a una mujer. Usted veía historias. Miraba a la señora y podía contar como fue su noche de bodas, la pelea con aquel novio cuando vino de la mili, como lloró en el funeral de su padre. Usted no veía una mujer, antes veía todas las historias que esa mujer tenía tras de si, todas las que podían sucederle, no solo su vida si no todas las vidas que llevaba arrastrando y las que aún pululaban por su alrededor. Y recuperar eso es lo que yo le ofrezco con las gafas.
Me quedo mirando al tipo como si me hubiese diagnosticado un cáncer y me pusiese en la mano una pastilla para curarlo. Después miro a mi primer interlocutor. Que sigue mirándolo incrédulo. A él no le gusta escribir, no tiene el cáncer. Ni si quiera me deja preguntarle.
- Aquí las tiene. - Me dice sacando unas gafas de sol viejas en una bolsa de plástico.- Son suyas por cien euros. Esto es mejor que cualquier curso que quiera hacer sobre escritura.
- ¡Cien euros! Solo tengo... ¡Miguel déjame veinte euros! -Le pido a mi amigo mientras miro la cartera.
- ¿Pero que dices tío? ¿Tú estás loco? ¿Le vas a hacer caso a este tio?
- ¡Por tus muerto Miguel! Déjame los cuarenta euros.
- Pero tío que me dejas sin pelas. Que no vamos a tener ni para pagar estas birras.
- ¡Mira Miguel...! Vete a la mierda y déjame los cuarenta euros.
Miguel se levanta de la silla mirando al tipo de las gafas, saca el dinero y lo tira en la mesa. Sale apresurado del bar. Yo dejo el resto encima de los dos billetes de veinte y el tipo me alarga las gafas con una sonrisa encantadora. Recoge su dinero y se despide.
Abro la bolsita de plástico que tiene las gafas. Hace años tuve unas parecidas. Las miro con miedo, están ralladas, cierro los ojos y me las coloco. Cuando los abro giro la cabeza hacia el espejo del bar, lo primero que veo es mi imagen.
ole!
ResponderEliminarMe ha encantado esta entrada
Me alegro que te guste. Aunque yo creo que el mérito lo tiene el tipo Martini.
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