Ella miraba hacia atrás, confirmándose que era la última en aquella larga cola. Yo me acercaba para añadirme a la fila interminable mientras la miraba. Ella arrugó el entrecejo. Intentando ubicarme en algún lugar, algún sitio, alguien familiar. Yo le sonreí.
- Hola. ¿Eres Laura? ¿La profesora de inglés de mi sobrino Carlos?
Claro que era Laura. La había visto infinidad de veces. En el bar de Cosme donde fue asidua una primavera que estuvo ennoviada con aquel camello. En las fiestas de agrónomos. A veces coincidimos en la Favela, aquel garito sin luz al que no podías entrar antes de las cuatro de la madrugada. Y ahora por fin me había decidido a abordarla en aquella fila.
Ella me besó como si nos conociésemos de toda la vida. Y allí mismo empezamos a contárnosla como viejos amigos que llevan tiempo sin verse. La vida no nos había sonreído pero nos habíamos encontrado. Nos enamoramos esperando nuestro turno. Entonces ella entró. Era su turno. Tendríamos que buscarnos de nuevo. Volver a reencarnarnos sin saber como encontrarnos.
Si es que dura todo muy poco. Me ha gustado bastante, pero ..¡.joder!¿y si se reencarna en un perro ¿Son las historias que molan complicadas o somos nosotros, que nos va la marcha?
ResponderEliminarHabrá que buscarla. Si es un perro no hay problema. Yo veo constantemente gente enamorada del suyo (desconozco si también practican sexo, cosa que no me extrañaría en algun@s por como los tienen. Y aunque eso esté prohibido en España... siempre se puede viajar.)
EliminarEs lo que tiene de malo ser "el último de la fila"
ResponderEliminarCreo que ese día llegaron más. El último de la fila ya solo es un grupo. (Por cierto... ¡Genial el disco que han sacado!)
Eliminar¿Y no le pediste el teléfono? Y después salías corriendo, claro...
ResponderEliminarJ.
Las reencarnaciones es lo que tienen. Tienes que ir cuando te llaman. No te puedes escapar.
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