Él quería morir por ella. Estar en la camilla de la ambulancia pero no como pasajero. Ella ya había declarado su intención de morir con un cuchillo enorme en el baño de casa. Pero después... ¡Ninguno de los dos lo hizo!
A ella se le quitaron las ganas al salir de la UVI. A él no, pero ahora tenía tantas cosas pendientes que ella le había dejado que ni siquiera se lo podía permitir. A veces pensó que morir de vergüenza era una opción tan válida como otra cualquiera, y sentía que podía hacerse realidad. Sobre todo cuando cruzaba los pasos de cebra cabizbajo y los coches frenaban en el último momento. Técnicamente no sería de vergüenza pero él pensaba que podía valer. Otra opción que contempló mas adelante fue morir de terror. Los cambios que se avecinaban le daban mucho miedo. La cuenta bancaria ya tenía pinta de vivir en un eterno Halloween con sus telarañas, oscura y con sus número rojos brillando como la sangre que derramó ella. Unas semanas mas tarde, cuando ella seguía mintiendo, como si hubiese sido una aventura de taxi y hotel en vez de UVI y ambulancia, él sopesó también morir de rencor. ¿Se podía morir de rencor? Pensó mientras veía a su padre renqueante andando por el parque con su bastón. Morir de rencor o morir de pena. Morir como solución pensó durante un instante. Un segundo, solo un segundo y... Pero eso fue lo que hizo ella y se obligó a vivir.
Si se pudiera morir de vergüenza más de uno nos habríamos ido ya al otro barrio. hace días... Morir de pena... eso ya es otro cantar.
ResponderEliminarTe lo puedo confirmar. Yo he muerto varias veces, afortunadamente se resucita rápido.
Eliminar