Hacía tiempo que no escribía y decidió coger la pluma para hacerlo. Nada de bolígrafos vulgares con capuchón azul. ¡No! Una pluma de antaño. Aquella que le regalaron para una Navidad y aún no se había decidido a usar. Sorprendentemente el cartucho de tinta entró con una facilidad pasmosa y una fina línea azul parecía esperar el momento de unirse al papel para dejar su impronta. En un folio limpio, impoluto hizo una A mayúscula con un arabesco resultado. Después la miró y se atrevió a usar una d, una minúscula, diminuta y sencilla desentonando con la primera. Jugó con la pluma antes de hacer las siguiente letras casi a la carrera, como una exhalación. Quedaron en el papel junto con las primeras unas tímidas y manchadas ios, para completar la palabra.
Después cerró el capuchón y la tiró por la ventana abierta. Detrás fue él.
Magnífica puesta en escena, para ese finalapoteósico.
ResponderEliminarDesde que fuí el destinatario de una, me encantan las cartas de suicidio. Siempre tengo el afán de mejorar aquella.
EliminarBubo
¿Quién habrá llegado primero?
ResponderEliminarMetafóricamente hablando, porque es claro que si lo hablamos de manera literal no hay dudas de que él fue quien lo hizo. Aclaro por las dudas.
Saludos,
J.
Antes de escribir la carta ya se podía ver en el suelo. Los decididos lo tienen claro por eso no necesitan muchas explicaciones.
EliminarAfortunadamente las teclas del ordenador no dejan manchas de tinta o de sangre.
ResponderEliminarLas palabras siempre dejan mancha, aunque se escriban en el aire.
EliminarOhhhhhh
ResponderEliminarQue triste...
Impactante relato. Me gusta cómo fuiste jugando con las grafías. En este juego, el final fue totalmente inesperado. Muy bueno.
ResponderEliminarBesos
Nada, que estoy de capa caída y voy matando a todo el mundo.
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