12/6/25

Hasta las trancas.

 Me enamoré de ella en Granada. ¡A primera vista! Era sensual, con un aire descuidado sin ser consciente de ser el centro de todas las miradas. O al menos de la mía que no podía quitarle el ojo de encima. 

A Granada no hay que ir acompañado, pero eso aún no lo sabía y mi grupo tiró de mí dejándola en aquella sala con su aire ausente. Aún era lo suficientemente estúpido como para ruborizarme cuando me comentaron que me la iba a comer con los ojos y no reconocer que me había enamorado. Tan imbécil como para negarlo y abandonar el lugar y Granada con una sonrisa fingida. Negarla como San Pedro me dolió. 

Tardé quince años en volver a Granada. Iba solo. Y otra mujer me esperaba. Pero aún faltaban varias horas para vernos y mis pasos me llevaron al lugar donde la vi por primera y única vez. Sabía que era imposible que sintiese aquella turbación después de tanto tiempo. Ni si quiera sabía si se encontraría allí pero comencé a aligerar, no me di cuenta de que casi corría hasta que un tipo me miró mal. 

¡Y estaba allí! Hermosa, misteriosa, sensual, igual que como Acosta la pintó en 1939.




4 comentarios:

  1. Qué bien has descrito esas sensaciones.

    ResponderEliminar
  2. Qué bella historia de amor... al arte, literalmente.
    A Granada siempre hay que ir, solo o acompañado, pero hay que ir :)

    ResponderEliminar
  3. Dante vio como Beatrice cruzaba el puente. La visión quedó pintada para siempre en el Paraíso de su pensamiento.
    Salud.

    ResponderEliminar
  4. El arte traspasa cualquier distancia, geográfica o temporal, y nos llega cuando debe hacerlo.

    Saludos,
    J.

    ResponderEliminar

¿Qué me dices?