30/4/17

La llamada.

Coge el teléfono. Es tu madre, le dice. Y se lo pasa. La escucha decir que no tiene tiempo, que va a colgar. Y entonces le quita el teléfono. Paquita, grita. Que dice tu niña que estas cada día mas guapa, y empieza una conversación mientras que la hija abre la puerta y se va. Yo sigo en el sofá, hago como que escribo pero es mentira, solo tecleo incongruencias mientras tengo la oreja puesta en una conversación y un ojo en la salida de mi mujer. Hace un aparte con el teléfono y me pide un cubata. No puedo seguir haciendo como que escribo y le pregunto que prefiere, gintonic o whisky. Con una mueca, como de que le hace falta algo fuerte, me dice que whisky. Cojo uno de los vasos largos, otro corto para mi. Le coloco dos hielos a cada uno y dejo la botella al lado. Otra mueca mientras sigue hablando con mi suegra para que le eche el trago. Soy generoso, mas de medio vaso largo de Cutty Sark, mientras ella abre los ojos como para explicarme que me he pasado. Entonces le da el primer trago. Lo saborea. Mi suegra debe estar encantada, ya lleva mas de cinco minutos de charla con alguien. Si yo hubiese sido el destinatario ya hacía un rato largo que habríamos acabado la conversación. De hecho cojo mi vaso, le doy un trago y sigo escribiendo. Aparece mi cuñada en la conversación, su viaje, las niñas, los dolores de espalda, mientras yo sigo aparentando que escribo. La pantalla de la televisión cambia de imagen. Se ha hartado de la serie que había en pausa y se ha desbloqueado sol. Parece que se le acaba la conversación y habla de mi esposa. Le cuenta que está tan mal como ella. Un cojín sale volando desde mi lugar hasta el suyo. Otro gesto, esta vez mío. Uno de esos del tipo: no hables de lo mal que está que luego se preocupa. Lo que parecía una despedida sigue alargándose. Tengo que reconocer que entre las dos tienen más palique que yo escribiendo. El folio va con pinta de acabarse y siguen de cháchara. La vida, la vida, la vida es, la vida, la vida que mala es, parecen 091 quejándose lo mal que estamos. Yo miro el reloj de la pantalla. Espero que llegue la hora en la que aparezca Silvia, no debe tardar mucho. Pero aún quedan cinco minutos para que salga el bus de Granada. Ahora sí, ahora parece que ya acaba la conversación pero... ¡Croché! Derivamos en croché. Exactamente… ¿que es el croché? ¡No! Sin lugar a dudas entre dolores, preguntas indiscretas, y tratamientos de belleza, ¿o el croché tiene que ver con eso? Mi suegra ha tenido suerte de que Elisa coja el teléfono y le de vidilla. A mi me hubiese matada. Llega Silvia. Por fin algo de cordura en casa.

29/4/17

Zzzueño.

Me duemo. Empiezo a escribir con la idea de mover los dedos, de tener la mente ocupada en cualquier cosa, aunque sea una chorrada de entrada solo para no volver  a dar una cabezada. (Esos tres segundos de inconsciencia total están sumando algunos minutos y no puedo permitirmelo.) 
Ayer, después de currar salí con algunagente de la estación para dar una vuelta por la Cruces. ¡Impresionante Córdoba! Aunque nos cayese un mantazo de agua entre cruz y cruz. Al fin y al cabo ¿para qué ponen las carpas? El caso es que acabé tarde y hoy el sueño no termina de irse. Lo peor es que me pilla en el trabajo y no hay manera de hacer el paripé y dormirse. (¡Joder, otra cabezada!) 
Creo que no funciona mantener los dedos ocupados, voy a tirar de básicos: agüita en la cara y andar un poco. Pero es que voy a tener que hacerlo ya porque vuelvo a dormime. 




27/4/17

El cumpleaños.

Llegó al local siguiendo las indicaciones que había recibido. Su torpeza le había hecho dar mas vueltas de las que pensaba. Incluso la barba recien afeitada se asemejaba a la de un hipster incipiente. Abrió con la llave que traía el sobre. Ese que ponía: Urgente. En
Sus amigos hacía tiempo que habían acabado con el festín que le preparaban para su sesenta aniversario. Ahora se devoraban unos a otros.

23/4/17

La parada.

Subió los diez pisos hasta la azotea. Tenía que alejarse rápido de allí. Miró a un lado y a otro. Nada. Entonces levantó la vista como una súplica.. Silbó e hizo aspavientos mientras se acercaba al borde.

- Sáqueme de aquí. – Pidió.

La nube lo acogió y el viento empezó a soplar.

18/4/17

Natillas.

Amor es cuando a los dos os chiflan las natillas y la última termina caducando en el frigorífico esperando que sea el otro quien se la quede.


Bubo dixit.

12/4/17

50 mm

¡Decidido! Este año no me mareo. Nada de llevar dos o tres bolsas con aquello que puede hacer falta por si... y luego termina en la mochila en el mismo lugar que le diste cuando empezaste a hacerla para el viaje. ¡No! Este año voy a tirar de básicos. Para todo, para ropa, accesorios, y sobre todo para la cámara. Ni dobles o triples objetivos, ni dos cámaras, ni filtros, ni flash, ni hostias... Este año toca ir en plan fácil, o díficil según se mire.
Y ¿por qué? Pues porque este año apetece hacer fotos. Llevo varias salidas donde he cogido la cámara y no he realizado ni una fotografía. Un viaje a Sevilla, otro a Guadix y la cámara ha vuelto sin  disparar ni una vez. Esta vez no va a ser así. Pero tampoco tengo ganas de estar en plan reportero. Desde hace unos años los concursos de fotografía han proliferado en Semana Santa, al menos en Priego se han juntado hasta tres, y al personal se le va la pinza. Odio cuando un tipo enarbolando una cámara empieza meterse dentro de la procesión, cuando obliga a los penitentes a esquivarlo, a parar incluso el paso mientras se cree un Kevin Carter. Así que esta vez voy en plan tranquilo. Sin prisas, sin buscar excentricidades y aprovechando lo que dé de si un 50mm. Nada de detalles, a no ser que esté muy cerca, solo generalidades. Viendo las procesiones como hay que verlas, desde fuera. Fotos de recuerdos, de gente, de las de todas la vida, mejores o peores, sin forzar, una y para de contar. Nada de ir de fotógrafo de semana santa que últimamente me toca tanto las narices.
El mundo, al fin y al cabo, lo vemos en 50mm.

8/4/17

Las gafas.

Hablaba con un amigo de lo poco que escribo en los últimos meses cuando un tipo nos interrumpe. 
- ¡Oiga! Tengo yo unas gafas para eso. 
- ¿Como?
- ¡Unas gafas! ¡Para escribir!
Miro al tipo con una mueca escéptica. Pero debe ser un vendedor nato y girando la silla se posiciona entre mi compadre y yo. 
- Si, verá usted. ¿A que su problema es la página en blanco? 
- Pues... - Me niego a admitirlo.
- ¡Es normal! Usted antes miraba a una persona y conocía su historia. Mire a aquella señora. ¿Que ve?
- Pues a una mujer. 
- Pero usted antes no veía solo a una mujer. Usted veía historias. Miraba a la señora y podía contar como fue su noche de bodas, la pelea con aquel novio cuando vino de la mili, como lloró en el funeral de su padre. Usted no veía una mujer, antes veía todas las historias que esa mujer tenía tras de si, todas las que podían sucederle, no solo su vida si no todas las vidas que llevaba arrastrando y las que aún pululaban por su alrededor. Y recuperar eso es lo que yo le ofrezco con las gafas. 
Me quedo mirando al tipo como si me hubiese diagnosticado un cáncer y me pusiese en la mano una pastilla para curarlo. Después miro a mi primer interlocutor. Que sigue mirándolo incrédulo. A él no le gusta escribir, no tiene el cáncer. Ni si quiera me deja preguntarle.
- Aquí las tiene. - Me dice sacando unas gafas de sol viejas en una bolsa de plástico.- Son suyas por cien euros. Esto es mejor que cualquier curso que quiera hacer sobre escritura. 
- ¡Cien euros! Solo tengo... ¡Miguel déjame veinte euros! -Le pido a mi amigo mientras miro la cartera.
- ¿Pero que dices tío? ¿Tú estás loco? ¿Le vas a hacer caso a este tio?
- ¡Por tus muerto Miguel! Déjame los cuarenta euros. 
- Pero tío que me dejas sin pelas. Que no vamos a tener ni para pagar estas birras.
- ¡Mira Miguel...! Vete a la mierda y déjame los cuarenta euros. 
Miguel se levanta de la silla mirando al tipo de las gafas, saca el dinero y lo tira en la mesa. Sale apresurado del bar. Yo dejo el resto encima de los dos billetes de veinte y el tipo me alarga las gafas con una sonrisa encantadora. Recoge su dinero y se despide. 

Abro la bolsita de plástico que tiene las gafas. Hace años tuve unas parecidas. Las miro con miedo, están ralladas, cierro los ojos y me las coloco. Cuando los abro giro la cabeza hacia el espejo del bar, lo primero que veo es mi imagen.