30/9/13

Pájaro Azul.

de Charles Bukowski. (Para Lorena)


Hay un pájaro azul en mi corazón quequiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí dentro, no voy
a permitir que nadie
te vea.

hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero yo le echo whisky encima y me trago
el humo de los cigarrillos,
y las putas y los camareros
y los dependientes de ultramarinos
nunca se dan cuenta
de que esté ahí dentro.

Hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres
hacerme un lío?
¿es que quieres
mis obras?
¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros
en Europa?

hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir
a veces por la noche
cuando todo el mundo duerme.
le digo ya sé que estás ahí,
no te pongas
triste.

luego lo vuelvo a introducir,
y él canta un poquito
ahí dentro, no le he dejado
morir del todo
y dormimos juntos
así
con nuestro
pacto secreto
y es tan tierno como
para hacer llorar
a un hombre, pero yo no
lloro,
¿lloras tú?

Versión de Rafael Díaz Borbón

Slogan.

[Taller de reparaciones]

Arreglamos la monotonía.


28/9/13

Michael Ende

Cuando vine a este sueño que vosotros llamáis el mundo, éste era malo y ha seguido siendo malo o se ha vuelto aún peor. Yo no tengo memoria. Tampoco sé contar detalles. Siempre lo olvido todo. Pensé que ea el sueño equivocado o el mundo equivocado al que había ido a parar. O quizá era yo el equivocado para este mundo, para este sueño. Me han aporreado y encerrado, me han elogiado y,  a veces, me han dado mucho dinero, aunque siempre era el mismo y hacía lo mismo. Por eso me he dedicado a hacer reír y llorar. Eso era lo que yo sabía hacer. 

El payaso hablando a la gente. 
Forma parte de un relato de Michael Ende del que desconozco el título. 

25/9/13

El tunel.

Durante años había permanecido incansable. No se había dado por vencido en todas las vicisitudes que se le presentaron. Cuando murió lo hizo con una sonrisa. El descanso eterno lo llamaban. Por eso cuando despertó y vio como miles de almas se aferraban a una luz que había al final del tunel, una luz que les prometía una nueva vida se suicidó antes de llegar. 

24/9/13

Despertando.

Me gustaba cuando tenían una bola
en el centro.
Ahora, el ratón, está panza arriba
y una luz le parpadea mientras voy al baño.
El salón esta a oscuras. Entramos en
ese momento ideal de
romperme el meñique del pie derecho
chutando a un mueble inerte.
Que lejos se encuentra la cocina,
que cerca las noches de cerveza u
whisky a deshoras.
Como antes,
cuando los recuerdos
me apuñalaban el pecho.
Como hoy,
cuando quiero que vuelvan
para temer más al pasado
que a mañana.

23/9/13

La huella.

Tenía los pies deformes. Unos pies grandes y redondos que aquel tipo disimulaba con pantalones de campana. Quizá fue solo un instante pero pudo verlos. Se dio cuenta y lo miró. Daniel  apuró su  cerveza y pidió a los amigos que fuesen a otro lugar. No estaban dispuestos. Acababan de pedir otra ronda, la quinta, y no querían  a hacer lo mismo con sus tercios. Se dio la vuelta pero notaba en la  nuca la mirada del hombre. Cuando se volvía, esperando enfrentarse con su mirada, el deforme estaba ofreciendo un cigarro a una chica, o aplaudiendo el recital de aquel poeta insípido. No quiso aguantar más y se despidió. 
En la calle el otoño se había hecho el dueño de la situación. Hojarasca en las calles frías y regueros de agua por el adoquinado de la judería. Hacía más de una hora que habían cerrado todos los restaurantes de los alrededores y ni siquiera los estudiantes borrachos deambulaban por las calles. Solo se escuchaba el viento y sus pisadas. Hasta que encendió un cigarro. Fue entonces cuando descubrió que otros pasos se le acercaban. Unos pasos secos, como un tambor al golpear con la piedra de la acera. Se guardó el mechero en el bolsillo de la chaqueta y aligeró el paso. Ahora el ruido de sus pies se amortiguaban con el de otros. La misma cadencia, el mismo ritmo. Giró en una de las callejas, una que no lo llevaría a su casa, y aminoró el paso. Como si esperase que alguien le agarrase de la solapa en cualquier momento metió la mano en su pantalón y agarró las llaves dejándolas sobresalir por los dedos. Siguió andando. El sonido de los pasos de tambor se perdieron y él volvió a retomar su ruta. Una luz parpadeante le asustó parándolo al encenderse en su camino y fue al continuar cuando volvió a escuchar los pasos pero esta vez era él quien los seguía. Cuando paraba el sonido paraba con él, como si lo esperase en la siguiente calle. Si aligeraba y se adelantaba unos metros el sonido crujía en la acera al mismo compás y si paraba, lo esperaba en el siguiente recoveco. 
Cuando salió de las calles empedradas se sintió mejor. El frío de la avenida le refrescó el rostro. En la mano aún mantenía las llaves y se dio cuenta que se había hecho daño al agarrarlas fuertemente. No escucho ningún rumor mientras caminaba por el parque de camino a casa. Y solo, cuando subía las escaleras llegando al segundo piso y escuchó cerrarse la puerta del portal, el sonido del tambor golpeando el suelo entró de nuevo en su cabeza. 
En dos saltos se puso frente a la puerta del piso y abrió, los mismo que dieron los pasos que parecían quedarse en el rellano de la planta de abajo. Ni un ruido más. Su piso era un remanso de tranquilidad y no le costó convencerse de que las cervezas a veces le jugaban una mala pasada. Se durmió pronto. Con las manos en el cabecero de la cama y los pies pegados al piecero. En sus pesadillas, esa noche, volvió a ver los pies de aquel tipo. Aquellos pies deformes. Mientras él corría por la judería. 

Nadie se explicó como al dia siguiente Daniel amanecío muerto en su cama, como si una manada de elefantes lo hubiesen aplastado mientras dormía. 

17/9/13

Gafas de sol.

Se levanta.
Tira de su falda hacia las rodillas.
Sigo mirando de reojo
sus piernas, su pecho.
Sonríe.
También yo, como un espejo
sonrío.
No a ella, no a mi izquierda,
que es donde miro,
si no al lado contrario.

Se acerca.
Me intimida.
Dirijo mi vista al mismo lugar
que mi cabeza.

Una chica me mira,
también lleva gafas de sol.
A su izquierda un tipo se levanta,
ella sonríe.
Se la ve nerviosa.
Se le cambia el rostro al encontrarse
con mi mirada
que ahora si
se cruzan.

14/9/13

Lloros y mocos.

El tipo llora. Saca un pañuelo de papel arrugado y se lo pasa por la nariz. Con el dorso de la otra mano se recoge una lágrima. Mira a un lado, a otro, después al suelo. No hay nadie alrededor y vuelve hacer una mueca que le hace saltar otra lágrima. Llora. A mi no me ve. El imbécil me tiene justo en frente. Detrás de una ventana, de un mostrador, de varios bancos vacios y una puerta de cristal, pero no me ve. Su mundo está cerca, muy cerca de él. Lo demás no debe importarle, por eso llora cuando piensa que nadie lo ve. Pero yo si lo veo y me da asco. No puedo evitar descomponer la cara que vez que le veo arrugar la nariz con el pañuelo. Cada vez que alguna chica pasa cerca de él y mira al suelo. Cada vez que una arcada parece llegarle del alma y se le atraganta en esa nariz mocosa. 
Me da asco porque me recuerda que hace dos años, en ese mismo banco, yo llorova igual que él la partida de la misma chica.

10/9/13

Vuelta al Cole

Pensó que la vuelta al cole también le traía a él, tantos años después, una rutina nueva. Otro lugar, o solo gente con la que reencontrarse después de un verano de diversión y alegría,  quizá una vida nueva. Pero el despertador sonó a la misma hora. Su habitación seguía con aquel cuadro que no se atrevió a tirar. El café era el mismo de todos los días y empezó a vestirse con la ropa que había dejado colocada por la noche después de ver una película repetida. La ruta hacia el trabajo la hizo como de costumbre. Y al llegar fue capaz de acertar los veintecuatro segundos que tardaba el ordenador en arrancar y volverse operativo. Estaba tan centrado en su desdicha que no pudo descubrir los  ruidos nuevos en el mundo, como la calle se llenaba de alboroto, de vida, no llegó a ver que los geranios, de nuevo florecían.