14/2/17

Guau!

¡Empezó él! 
Yo paseaba de camino a casa. Andaba despacio, sin prisa por llegar. Eran las una y media de la mañana y ya había terminado mi jornada en el curro. Era el momento de saborear un cigarro, de escoger música en el Ipod sin estridencias. Un poquito de jazz que le he vuelto a coger el gusto después de ver La La Land. El mundo, en esos momentos, es ese lugar mágico al que aspiramos llegar cuando nos jubilemos. Y lo estaba disfrutando hasta que sin previo aviso:
- ¡GUAUGUAUGUAUGUAUGUAU!
El corazón empezó a bombear a un ritmo frenético, los pulmones se llenaron de humo, el retemblido de mi cuerpo hizo que diese un tirón a los auriculares que salieron volando y casi se llevan media oreja. Dos segundos mas tarde, cuando me empezaba a recuperar, pude verlo. Un boxer color canela seguía ladrando con las patas en alto junto a una reja. Los dientes y la boca babeando mientras yo miraba a uno y otro lado casi como si quisiera disculparme de la enajenación canina por tanto ruido. 
Seguí mi camino pero el agradable paseo había terminado en una revolución en mi organismo para encontrar la paz. Imposible hasta que llegué a casa.
Fue la primera vez. El día siguiente al pasar cerca de la casa donde se encontraba el perro iba preparado. Ni idea de donde estaba, no lo ví y tampoco lo busqué esperando en la reja por si lo encontraba. Segui mi camino. Pero al día siguiente, de nuevo con un andar pausado, y unas bolsas del supermercado el boxer volvió a darme uno de esos sustos que me dejaban el corazón en la otra acera. Lo peor no era el susto, que también, era la sensación de imbécil que se me quedaba. Por que cada susto iba seguido de un salto y una contracción del cuerpo que me hacía parecer una niña histérica y asustada. Las manos en el cara, la pierna mas cercana a la reja encogida en la cadera mientras la otra temblaba. Una situacion vergonzosa que, si bien no veía casi nadie, a mi me daba la sensación de que toda la calle se descojonaba a mi costa. Incluido el perro que tenía esa pinta de Lindo Pulgoso cuando rie.
Dos semanas me ha tenido el perro en vilo. Unos días lo esperaba y ya no acojonaba tanto, otros volvia a olvidarlo y volvía a parecer esa niña asustada. ¡Vergonzoso! 
Pero ya ha llegado. ¿Sabes esos silbatos que son de ultrasonidos para los perros? Me he hecho con uno. Ahora cada vez que estoy cerca de la casa lanzo un silbido, que no oye nadie y el boxer comienza a ladrar como si le fuese la vida en ello. Tengo que reconocer un pequeño placer cuando entro temprano a trabajar. Y a las cuatro y media de la madrugada paso con la bici, o andando y suelto un pitonazo inaudible para todos. Para todos menos para mi amigo que revoluciona a todo el barrio a horas intempestivas. Creo que dos turnos mas de trabajo en horas tempranas harán que deje de ladrar durante mucho tiempo. A mi me encantan los animales, tanto, que no puedo tenerlos secuestrados en casa. Quizá el pobre no tenga la culpa pero desde luego... ¡Yo no empecé!

2 comentarios:

  1. A mi me pasa lo mismo en mi pueblo, y por más que sé que va a pasar me resulta imposible no sobresaltarme. Quizás deba hacerme con uno de esos silbatos...
    Saludos.

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  2. Con la racha de ataques de perros que hay en esta semana mejor pisar mierdas a que te muerdan.
    La culpa es tanto descerebrado que no entiende de responsabilidades.

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