Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo
-Y anda bien - le pregunté
-Atrasa un poco -reconoció.
de Eduardo Galeano
VENTIUNO DE DICIEMBRE: "TRANSPARENTE"
Hace 6 horas
anda que no me he pintado yo muñecas y relojes!!!! y curiosamente nunca se los he pintado a mis hijos...
ResponderEliminarYo al mio tampoco. Pero como MariPili, tiene dermatitis.
EliminarQue bueno! pues yo a mi hija se lo tengo que prohibir que le sale dermatitis
ResponderEliminarQue lo recordé el otro día y quería compartirlo.
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