19/8/13

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Se despertó temprano esa mañana. El sol se filtraba por la ventana con un suave tono anaranjado. Al levantarse miró afuera, en el cortijo empezaba a verse los primeros brotes verdes, al fondo la montaña, aún nevada, llegaba un arroyo que se acercaba a la casa sigilosamente, suave, susurrando vida.
Había aguantado bien el invierno, los días grises, la lluvia incluso el bullicio de los nietos jugando en la nieve. Pero ahora la primavera volvía a ofrecer nuevas oportunidades. Oportunidades que él ya no estaba en condiciones de disfrutar.
Mecánicamente se vistió. Se dirigió a la biblioteca y ordenó que no le trajesen el desayuno. Abrió uno de los cajones con llave y sacó un revolver. Comenzó a limpiarlo, le gustaba introducir la baqueta por el cañón y darle vueltas una vez dentro. Lentamente buscó las balas en el cajón, solo las había usado una vez. Cuando Luna, la vaca castaña, se partió una pata y tuvo que descerrajarle un tiro en la sien.
Recordaba los ojos de Luna, brillantes, llorosos antes de acercase y acariciarla con la mano izquierda un segundo antes de dispararle con la derecha a bocajarro. Los recordaba húmedos y grandes, muy grandes mientras un hilillo de sangre le bajaba de la cabeza hasta el hocico.
Cogió el revolver con las dos manos y se lo acercó a la boca. Respiró profundamente, y sacó la lengua para humedecerse los labios, cerro los ojos y se lo introdujo hasta dar con el cañón en el cielo de la boca. Con el pulgar derecho acariciaba el gatillo, mientras el izquierdo rozaba el tambor, volvió a respirar con lentitud, llenándose los pulmones con todo el aire que podía. Volvió a abrir los ojos y miró las fotografías que se encontraban frente a él en la biblioteca. Las fotografías le reflejaban su pasado, días gloriosos, con una juventud que dejó atrás hacía mucho. Vio a su hijo y a sus nietos mientras seguía acariciando el revolver dentro de su boca.
Como una vaca, fue lo que pensó al bajar la pistola y enjuagarse una lágrima que se le empezaba a formar en el ojo izquierdo. Siguió mirando las fotografías con el revolver apoyado en la mesa. Carmen su mujer, lo miraba desde la pared con ojos tiernos. El corazón le latía más rápido y se echo la mano al pecho, le dolía y se lo frotó fuerte con la mano. Esa foto se la hizo él con la primera cámara que compraron juntos. Se le clavaba en el alma cada vez que la miraba después de su muerte.
Volvió a coger el revolver con la mano derecha, y lo apoyó en la sien. Cerró los ojos para no ver la cara de Carmen al dispararse. Entonces una serie de imágenes empezó a acudir a su mente, su madre, sus amigos, perdidos todos hacía ya varios años. Empezó a sudar un poco, le costaba tragar la saliva que iba produciendo y se extrañó al ver que estaba asustado.
La imagen de Tano, un caballo alazán, hizo que volviese el revolver a la mesa, se levantó de un salto y apoyó las manos en el escritorio. Pensó en todo aquello que había perdido, todo lo que echaba en falta.
Ni huevos me quedan para descerrajarme un tiro, musitó en voz baja. Volvió a mirar el revolver, frío, oscuro, acercó la mano para tocarlo la retiró rápido como si un calambre acabase de recorrerle el cuerpo.
A voces, con la fuerza que había comenzado el día, pidió que le ensillasen a Tano. El caballo le tranquilizaría, una carrera hasta las montañas con el único amigo que le quedaba aún.
El capataz trajo el caballo hasta la puerta de la casa, al ir acogerlo se encabritó y no pudo controlar las riendas. Solo cuando el capataz logró serenarlo fue hacia él y golpeándole el hocico dijo que se lo llevaran. 
Cabizbajo se dirigió a la biblioteca.

2 comentarios:

  1. esperó todo el invierno y quería suicidarse en primavera??

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    1. Quizá morir todos los días le daba igual pero tener que volver a vivir...

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