Lunes

Por fin un lunes como Dios manda. Uno de esos lunes que miras al despertador y piensas: ¿Cuánto costará uno nuevo? Porque este lo rompo. Por mis muertos que este lo estrello contra la pared. Después, ya que te has levantado con aire consumista, te tomas un café bien cargado de mala hostia. Con sus galletitas y todo. Luego una ducha, único momento del día que parece sábado. Y el primer alegrón cuando llevas el coche al taller. Pensabas que la única correa que te iba a dar miedo en tu vida es la de un mandingo fustigante y resulta que no. Que es a la correa de distribución a lo que tienes que temer. ¡La puta de oros! Ni que fuese el cinturón de los pesos pesados. Menos mal que me he llegado a mi curso de francés y el imbécil del profesor me ha alegrado el día. Casi se muere de un ataque de tos. ¡Lo que me he reído! Luego a la estación. Lo primero que me dicen es:
- ¡Felicidades!
- ¡Tus muertos!
Y es que a quien se le ocurre poner un día de San Valentín en lunes. ¡Coño eso no se hace! A mí me gusta este día. Ves a todos los gilipollas con sus ramos de flores colorás, (que yo eso también lo he hecho ¡eh?) y con un careto de “tragametierra” pero contentos porque con un poco de suerte lo mismo esta noche echan un polvo. Quizá estoy un poco escéptico hoy, y es que llevaba muchos San Valentines enamorado. Esta vez me pilla en que no. ¡Que le vamos a hacer! Aunque estoy en ello, no te creas. Pero estaba hablando del puto lunes y me vuelvo a perder. Así que sigo. O mejor no. Al fin y al cabo, el lunes tiene veinticuatro horas y llevo la mayoría gastadas, las ocho primeras de putísima madre. Con apuesta ganada de los Goya y… total, lo único que tengo que hacer es respirar profundamente, aguantar tres dos horitas más en el curro, hoy no está bien pagado esto, y en la noche preparar las cuarenta y cinco mil cosas que me quedan por hacer. Entre medias una pizza y media botella de vino. Hoy va a hacer falta.