2/8/16

El descanso.

Por fin consigue sentarse. En una mano lleva una cerveza, en la otra un cigarro. Deja cerca el cenicero. Respira profundamente, como si quisiera echar de su cuerpo a algún demonio. Da un corto sorbo al botellín de San Miguel y entonces si… Se recuesta en el sillón.

No es consciente de cuando respira pero si que cuando exhala que lo hace pausadamente, recreándose. Nota entonces como el pie izquierdo, el que tiene apoyado en el suelo le pesa. El otro pie lo tiene colgado en brazo del asiento. Deja el cigarro en el cenicero y vuelve a dar un sorbo a la cerveza. Mira hacia el frente durante unos segundos sin ver la mesa, ni la estantería, ni el aparador con la televisión, solo un hilillo del humo. Recuerda que el cigarro se consume a su lado e intenta cogerlo. La mano también le pesa. Como si la sangre se fuese convirtiendo en plomo y ralentizase sus movimientos. Prefiere descansar el brazo en vez de pelearse con él para buscar una calada del cigarro. Además le gusta ver como el humo se disipa en su salón.
Vuelve a ser consciente de su respiración. Tranquila, saboreando el aire con su poco de humo. Cierra los ojos. Se lleva la cerveza a los labios y al hacerlo la mano modifica ligeramente la pose del pie derecho. Nota un cosquilleo, como si la tela del pantalón se hubiese unido al tapizado del sillón. Y entonces decide dejarlo igual que estaba. Como quien se arrepiente de un dar un tirón a un geranio que está agarrando.
Pasan los minutos. Sigue mirando sin ver. El humo ha dejado de subir al techo del salón y el cigarro se ha terminado de consumir en el cenicero. La cerveza se está calentando en la mano sin haber dado mas tragos.
Es la hora. El móvil suena. Es la hora. Avisa que tiene que salir. Es consciente del sonido. De cómo vibra anunciando su marcha pero las piernas no le obedecen, las manos están anquilosadas en el sillón. La respiración pausada de antes ahora se torna un estertor tras otro. Consigue mover la pierna derecha que cae al suelo como un tronco viejo. De paso arrastra la otra que solo cede unos centímetros. La mano derecha nota de nuevo el botellín y se esfuerza en llevarlo a la boca. La entrada de líquido parece hacer recuperar al cuerpo su textura. Ya no es el anexo del sillón, empieza a diferenciar las partes. La respiración vuelve a ser pausada pero profunda. Incorpora la espalda alejándola del respaldo. Ahora mira y ve. La mesa, el aparador, la televisión. Sus manos le pertecen. Exhala una bocanada como queriendo ahuyentar los diablos que tiene. En sus venas vuelve a correr sangre.
Para el despertador del móvil. Recoge el cenicero. Da un sorbo a la cerveza y la acaba. Ha conseguido salir de la maraña del sillón quizá mañana no tenga esa suerte.

11 comentarios:

  1. Ojú, qué miedo!!! Muy Kafkiano tú hoy, no??

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  2. yo estoy casi igual... en mi mecedora, bajo mi ventilador, con una cerveza helada, pensando si llegaré a estar viva al amanecer o lo que es aún peor.... si quiero llegar viva a ese nuevo día

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    1. Hay que dejar pasar el tiempo suficiente para querer llegar a esa vivo el dia siguiente, con un poco de suerte un rato de estos es capaz de llevarte no solo al día siguiente sino incluiso al próximo año.

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  3. yo estoy casi igual... en mi mecedora, bajo mi ventilador, con una cerveza helada, pensando si llegaré a estar viva al amanecer o lo que es aún peor.... si quiero llegar viva a ese nuevo día

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  4. Eso de mimetizarse con el sillón tiene sus ventajas, sobre todo cuando se vive solo y no hay riesgo de que alguien se te eche encima.
    Buen texto.

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    1. Gracias Doctor Krapp. El problema nos lo buscamos nosotros mismos, siempre hay algo mas, cuando no es un despertador es esa persona que nos trae de vuelta al mundo (no voy a decir real) y nos hace dejar nuestra condición de mueble cómodo.

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  5. Es que hay sillones que son muy posesivos... pregúntale a los políticos.

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    1. Yo con esos no me hablo. Bueno... si, pero lo justo. (Aunque para el caso que hacen.)

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  6. A veces lo mejor es entregarse directamente al sueño, sin más.

    Saludos,

    J.

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    1. Pero hay veces que no es sueño lo que se tiene. Es solo cansancio, o necesidad de desconexión, o quizá ser parte de algo aunque sea un sillón de salón.

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