6/7/11

El partido.



            El primero en llegar siempre era Carlos. Después Luis, Alfonso… Yo solía llegar el último o, si acaso, con Juan Pablo. Los dos nos disputábamos el último lugar en bar de Silvio. Así que casi siempre terminábamos viendo el partido en la barra, sirviendo de camareros a los demás que ya tenían las sillas y mesas ocupadas. Los partidos del domingo habían sido una constante en nuestra vida desde que estudiamos y ni siquiera novias o esposas habían conseguido que dejásemos de quedar todos los amigos para ver el partido dominical.
A veces alguien fallaba, una riña con la novia, una resaca más grande de lo normal, un familiar en el hospital. Cualquier excusa que nunca se postergaba más de dos semanas. La cita dominical seguía siendo algo impensable de sustituir y yo llevaba un mes entero faltando a ella.
            Todo empezó cuando la esposa de Carlos me llamó un día al trabajo.
            - Salva, tengo que hablar contigo. – Me dijo
            - ¡Si, claro! - Me extrañé - ¡Cuando quieras! ¿Le ocurre algo a Carlos?
            - No… es que… Mira preferiría que no le comentases nada. ¿Podrías venir el domingo por la tarde?
            - Es que… ponen el partido en el bar de Silvio.
            - Por eso, Carlos estará allí y si faltas un día no creo que te echen de menos. No se… puedes decir que ha fallecido un amigo de la familia en Sevilla y que vas con ellos al tanatorio.
            - ¿En Sevilla? Todo el mundo sabe que odio Sevilla. Pero no te preocupes, ya inventaré algo. ¿Dónde quedamos?
            - Llégate a casa. No hay nadie, los vecinos vuelven el lunes por la mañana y nadie te verá entrar.

            Estaba intrigado. Carlos y yo, junto con Juan Pablo habíamos sido siempre los más bullangueros del grupo. Después Carlos se casó y fuimos perdiendo esa complicidad que nos había caracterizado desde el instituto. Pero desde luego seguíamos siendo muy buenos amigos. Por él daríamos el brazo si nos lo pidiese. Aunque sabíamos que no nos lo pediría. Quizá tenía problemas y Laura quería comentarnos algo. Quizá podía ayudarle aunque me tuviese que perder el partido del domingo. Llamé a los chicos para decirles que no podría ir a ver el partido. Que mi hermana se había puesto mala y tenía que quedarme con mis sobrinos. Era cierto, estaba enferma pero ya se ocupaba su marido, que para variar, estaba en la ciudad.
            Cuando llegué Laura me abrió la puerta del portal.
            - Estoy en la ducha. – me dijo – No te esperaba tan pronto. Entra y ponte lo que quieras, sabes donde están las cosas.
            Claro que lo sabía. Con Carlos había alguna que otra vez a su casa y siempre escondía el whisky de malta en el fondo del mueble bar. El otro era para las visitas de cortesía como decía él. Iba a buscarlo pero prefería ponerme un JB en un chupito. Se suponía que yo no estaba allí. Así que mejor no dejar tantas pistas. Al JB, Carlos no le hacía ni caso. Un chupito y medio más tarde Laura se presentó en el salón. Se sentó en el sofá y comenzó a hablarme. Nunca la había visto tan sugerente. Siempre había sido muy distante con cualquiera de los amigos de Carlos, pero yo pensaba que a Juan Pablo y a mí, simplemente, nos odiaba. El caso es que ella se sirvió un gintonics y entre sorbo y sorbo me fue contando como veía cambiado a Carlos, como se había vuelto más distante, más apático en el trabajo, más… y en algún más o menos de Carlos tuve que perderme en su escote y ella que se había dado cuenta cada vez me hablaba más al oído, más cerca, más…
            En el sofá, entre whisky y ginebra comenzamos a besarnos, su blusa terminó en uno de los sillones donde solía sentarse Carlos y yo perdí mi camiseta. Poco después nos encontrábamos en la cama de invitados. Un regomello de última hora hizo que no quisiera acostarme en la habitación de matrimonio. Perdí la noción del tiempo pero ella se encargó de hacerme recordar que el minuto noventa del partido había llegado. Acalorado, me vestí rápidamente y en el salón busqué la camiseta. Me despedí rápido pero ella me pidió que fuese el siguiente domingo.
            - No se, no se… Laura… no se.
            Pero si. Fui al siguiente domingo, y al otro. El día que me encontré con Alfonso por la calle me ruboricé como si tuviese quince años. Como si me acabase de pillar mi madre masturbándome.
            - ¿Qué pasa Salvi? ¿Dónde te metes?
            - Pues… mi hermana el otro día que estaba mala. Y después el coche… Y…
            - ¿No te habrás liado con una pava? ¿No? ¡Mira lo que le pasó a Carlos! Se tiró dos meses sin venir al Silvio cuando comenzó a salir con Laura.
            - ¡Que no tío! ¡Que no he podido y ya está!
            Alfonso había conseguido que me pusiese nervioso. Lo despedí con un apretón de manos rápido y le dije que el siguiente no faltaba. Pero no… volvía a equivocarme. Cuando llamé a Laura para decirle que esto no podía seguir fui incapaz de de negarle una última visita. Volvía a perderme el partido del domingo. Fue la última vez que vi a Laura. Esa semana ella insistió en que nos viésemos, me llamó al trabajo y a casa. Pero me negué a volver a hablar con ella.
            El domingo siguiente estuvimos viendo en casa de Silvio, todos juntos, como cuando estudiábamos, el partido dominical. Parecía que no había cambiado nada, las mismas bromas, de nuevo Juan Pablo y yo llegando los últimos, como siempre. Alfonso y Carlos con sus whiskysSilvio un año en que quedamos segundos en la liguilla de bares. En los clásicos cada uno tenía sus preferencias pero todos teníamos la misma camiseta.
            El domingo llegué pronto. Me senté junto a Carlos y le acompañe en su primer whisky. Después fueron llegando los demás. Estaban dando el pitonazo inicial cuando sonó el teléfono de Carlos.
            - ¡Dime!... Si… No te preocupes. Si… venimos todos con las camisetas. ¡Si, estoy bien! ¡Si! ¡Ea! Pues besos a tu madre. ¡Que si tío! ¡Que estoy bien!
            - ¿Qué pasa? – Le pregunté.
            - Nada… Juan Pablo. Que se pone tonto y pregunta si estoy bien. Que no puede venir. Que va a Sevilla a un funeral o algo así.
            - ¿A Sevillaaaaaaaa? – Dice Alfonso. – Pero si le gusta menos que a este.- Dice mientras me señala a mí.-
            Y es entonces cuando miro a Carlos, lo veo con su whisky, lo veo disfrutando y le digo al oído:
            - Carlos… creo que… debería hablar contigo.
            Y Carlos sonríe, da otro sorbo a su whisky y jalea el partido. Entonces me mira y me acercándose mucho me susurra.
            - Mientras yo pueda seguir viendo el partido de los domingos y Juan Pablo no se cargue mi Glenffidich de 15 años… me da igual a quien se folle esa zorra.


8 comentarios:

  1. Desde luego, no profanar la cama matrimonial ya puestos, con el morbo que da eso...

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  2. eso si que es aficción!
    la próxima vez leeré las etiquetas antes de comenzar a leer, nunca sé qué es lo que estoy leyendo

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  3. Me ha encantado... qué relato más auténtico..jajajaja

    Besos

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  4. Jarttita... no lo dudes. Además a los amigos se les perdona casi todo. (No así a las esposas)

    neko... no creas, a veces por quitarte de casa, aunque sea solo un rato, haces lo que sea. Yo estuve cinco saliendo a correr a las diez de la noche. Aunque solo el primer mes lo hice de verdad.

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  5. Bien por Carlos. Tiene claras sus prioridades, y eso es fundamental en la vida.

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  6. Estoy con Rick, y con el paso de los años, las cosas pierden importancia....

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  7. Lady Tea... me alegro que te guste. No te creas, no las tengo todas conmigo. Por ahí cosas "muy mejorables". Gracias.

    Rick, gatuna... además que no vas a perder a un amigo por esas tonterías.

    Bubo.

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  8. para eso están los amigos, para prestase "las cosas"....joe, Bubo.... jajaja, estoy con gatuna, después de unos años todo se ve con otra perspectiva....

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