13/11/25

Treinta líneas

 



     El escritor empieza a teclear con prevención. Tiene que escribir un cuento corto. Todo el mundo habla. últimamente, de las virtudes de la narrativa corta, pero él. si pudiese ser sincero, confesaría que detesta los cuentos en general y los cortos en particular. A pesar de eso, para no perder comba, se ha visto obligado a unirse a la oleada de farsantes que fingen ser. Unos apasionados de la brevedad. Por eso le aterra la ligereza con la que sus dedos se desplazan por las teclas, de forma que tras una palabra aparece otra v a esa le sigue otra, y otra, que acaban por configurar una línea, tras la que se configura otra -iY otra!- sin que consiga centrar el asunto, porque está habituado a las distancias largas a veces necesita cien páginas para empezar a intuir de qué va lo que escribe; otras veces necesita cien páginas para empezar a intuir y otras veces ni con doscientas lo consigue. Nunca le ha pasado por la cabeza preocuparse por la extensión. Cuanto más mejor: bendita sea cada nueva línea porque, una tras otra, demuestran la grandeza de su obra, y por eso -aunque, en el fondo, una, dos o cincuenta líneas no añadan nada a la historia que cuenta- para nada las expurga. En cambio, para escribir este cuento casi debería coger la cinta métrica Y ponerse a medir. Es absurdo. Es como pedirle a un maratoniano que corra los cien me- tros con dignidad. En un cuento, cada nueva línea no es una línea más sino una línea menos, y en este caso con_ creto una línea menos hasta la treinta, porque eso es lo máximo: “Entre una y treinta líneas”, le ha dicho Ia voz de terciopelo que le ha telefoneado del suplemento dominical del diario, pidiéndo el cuento. Muy a su pesar, el escritor levanta los dedos de las teclas y cuenta las líneas que lleva escritas: veintitrés. Sólo le faltan siete hasta la treinta. Pero. tras escribir esa consideración -y esta otra- aún le faltan menos: seis. ¡por Diosl Es incapaz de pensar algo y no teclearlo, con Io que cada cosa que piensa se le come una nueva línea y eso hace que en la línea veintiséis se de cuenta de que, a solo cuatro líneas del final, no consigue centrar la historia, quizá porque de hecho -hace tiempo que lo sospecha- no tiene nada que decir y, aunque normalmente consigue disimularlo a base de páginas y más páginas, este puto cuento corto le pone en evidencia, motivo por el que, cuando llega a la línea veintinueve suspira y, con una sensación de fracaso no del todo justificada, pone el punto final en la treinta. 

Quim Monzó



Me encanta este micro y lo he vuelto a encontrar por ahí. Tocaba publicarlo de nuevo. 

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