Ella me había prohibido nombrarla. Creo que estaba celosa. Al principio me hizo un poco de gracia. Fue como un juego. Eufemismos, laberintos, frases rebuscadas para descubrirla sin decir su nombre. Y yo me divertía con ese juego. Pero luego lo nuestro se puso serio, y me he dado cuenta que llevo dos años, cuatro mese y algún día sin pronunciar su nombre. Quizá era tiempo suficiente para olvidarla. No tenía nada que ver con ella en esta vida. Casi no la echaba de menos y mi vida cambiaría en unas semanas con nuestra boda. Pero hoy un amigo la ha nombrado. No quería decírselo pero cuando me ha preguntado en la puerta con la maleta en la mano donde me iban a llevar para mi despedida de soltero le ha cambiado la cara cuando le he dicho: ¡Córdoba!
Creo que sabe que no voy a volver.
Es imposible sostener una relación cargada de prohibiciones. Y aunque solo sea una.
ResponderEliminarSaludos,
J.