El primero en llegar siempre era
Carlos. Después Luis, Alfonso… Yo solía llegar el último o, si acaso, con Juan
Pablo. Los dos nos disputábamos el último lugar en bar de Silvio. Así que casi
siempre terminábamos viendo el partido en la barra, sirviendo de camareros a
los demás que ya tenían las sillas y mesas ocupadas. Los partidos del domingo
habían sido una constante en nuestra vida desde que estudiamos y ni siquiera
novias o esposas habían conseguido que dejásemos de quedar todos los amigos
para ver el partido dominical.
A veces alguien
fallaba, una riña con la novia, una resaca más grande de lo normal, un familiar
en el hospital. Cualquier excusa que nunca se postergaba más de dos semanas. La
cita dominical seguía siendo algo impensable de sustituir y yo llevaba un mes
entero faltando a ella.
Todo empezó cuando la esposa de
Carlos me llamó un día al trabajo.
- Salva, tengo que hablar contigo. –
Me dijo
- ¡Si, claro! - Me extrañé - ¡Cuando
quieras! ¿Le ocurre algo a Carlos?
- No… es que… Mira preferiría que no
le comentases nada. ¿Podrías venir el domingo por la tarde?
- Es que… ponen el partido en el bar
de Silvio.
- Por eso, Carlos estará allí y si
faltas un día no creo que te echen de menos. No se… puedes decir que ha
fallecido un amigo de la familia en Sevilla y que vas con ellos al tanatorio.
- ¿En Sevilla? Todo el mundo sabe
que odio Sevilla. Pero no te preocupes, ya inventaré algo. ¿Dónde quedamos?
- Llégate a casa. No hay nadie, los
vecinos vuelven el lunes por la mañana y nadie te verá entrar.
Estaba intrigado. Carlos y yo, junto
con Juan Pablo habíamos sido siempre los más bullangueros del grupo. Después
Carlos se casó y fuimos perdiendo esa complicidad que nos había caracterizado
desde el instituto. Pero desde luego seguíamos siendo muy buenos amigos. Por él
daríamos el brazo si nos lo pidiese. Aunque sabíamos que no nos lo pediría.
Quizá tenía problemas y Laura quería comentarnos algo. Quizá podía ayudarle
aunque me tuviese que perder el partido del domingo. Llamé a los chicos para
decirles que no podría ir a ver el partido. Que mi hermana se había puesto mala
y tenía que quedarme con mis sobrinos. Era cierto, estaba enferma pero ya se
ocupaba su marido, que para variar, estaba en la ciudad.
Cuando llegué Laura me abrió la
puerta del portal.
- Estoy en la ducha. – me dijo – No
te esperaba tan pronto. Entra y ponte lo que quieras, sabes donde están las
cosas.
Claro que lo sabía. Con Carlos había
alguna que otra vez a su casa y siempre escondía el whisky de malta en el fondo
del mueble bar. El otro era para las visitas de cortesía como decía él. Iba a
buscarlo pero prefería ponerme un JB en un chupito. Se suponía que yo no estaba
allí. Así que mejor no dejar tantas pistas. Al JB, Carlos no le hacía ni caso.
Un chupito y medio más tarde Laura se presentó en el salón. Se sentó en el sofá
y comenzó a hablarme. Nunca la había visto tan sugerente. Siempre había sido
muy distante con cualquiera de los amigos de Carlos, pero yo pensaba que a Juan
Pablo y a mí, simplemente, nos odiaba. El caso es que ella se sirvió un
gintonics y entre sorbo y sorbo me fue contando como veía cambiado a Carlos,
como se había vuelto más distante, más apático en el trabajo, más… y en algún
más o menos de Carlos tuve que perderme en su escote y ella que se había dado
cuenta cada vez me hablaba más al oído, más cerca, más…
En el sofá, entre whisky y ginebra
comenzamos a besarnos, su blusa terminó en uno de los sillones donde solía
sentarse Carlos y yo perdí mi camiseta. Poco después nos encontrábamos en la
cama de invitados. Un regomello de última hora hizo que no quisiera acostarme
en la habitación de matrimonio. Perdí la noción del tiempo pero ella se encargó
de hacerme recordar que el minuto noventa del partido había llegado. Acalorado,
me vestí rápidamente y en el salón busqué la camiseta. Me despedí rápido pero
ella me pidió que fuese el siguiente domingo.
- No se, no se… Laura… no se.
Pero si. Fui al siguiente domingo, y
al otro. El día que me encontré con Alfonso por la calle me ruboricé como si
tuviese quince años. Como si me acabase de pillar mi madre masturbándome.
- ¿Qué pasa Salvi? ¿Dónde te metes?
- Pues… mi hermana el otro día que
estaba mala. Y después el coche… Y…
- ¿No te habrás liado con una pava?
¿No? ¡Mira lo que le pasó a Carlos! Se tiró dos meses sin venir al Silvio
cuando comenzó a salir con Laura.
- ¡Que no tío! ¡Que no he podido y
ya está!
Alfonso había conseguido que me
pusiese nervioso. Lo despedí con un apretón de manos rápido y le dije que el
siguiente no faltaba. Pero no… volvía a equivocarme. Cuando llamé a Laura para
decirle que esto no podía seguir fui incapaz de de negarle una última visita.
Volvía a perderme el partido del domingo. Fue la última vez que vi a Laura. Esa
semana ella insistió en que nos viésemos, me llamó al trabajo y a casa. Pero me
negué a volver a hablar con ella.
El domingo siguiente estuvimos
viendo en casa de Silvio, todos juntos, como cuando estudiábamos, el partido
dominical. Parecía que no había cambiado nada, las mismas bromas, de nuevo Juan
Pablo y yo llegando los últimos, como siempre. Alfonso y Carlos con sus whiskysSilvio un año en que quedamos segundos en la liguilla de bares. En los clásicos
cada uno tenía sus preferencias pero todos teníamos la misma camiseta.
El domingo llegué pronto. Me senté
junto a Carlos y le acompañe en su primer whisky. Después fueron llegando los
demás. Estaban dando el pitonazo inicial cuando sonó el teléfono de Carlos.
- ¡Dime!... Si… No te preocupes. Si…
venimos todos con las camisetas. ¡Si, estoy bien! ¡Si! ¡Ea! Pues besos a tu
madre. ¡Que si tío! ¡Que estoy bien!
- ¿Qué pasa? – Le pregunté.
- Nada… Juan Pablo. Que se pone
tonto y pregunta si estoy bien. Que no puede venir. Que va a Sevilla a un
funeral o algo así.
- ¿A Sevillaaaaaaaa? – Dice Alfonso.
– Pero si le gusta menos que a este.- Dice mientras me señala a mí.-
Y es entonces cuando miro a Carlos,
lo veo con su whisky, lo veo disfrutando y le digo al oído:
- Carlos… creo que… debería hablar
contigo.
Y Carlos sonríe, da otro sorbo a su
whisky y jalea el partido. Entonces me mira y me acercándose mucho me susurra.
- Mientras yo pueda seguir viendo el
partido de los domingos y Juan Pablo no se cargue mi Glenffidich de 15 años… me
da igual a quien se folle esa zorra.