Primero le escribimos a un ciego. Después le gritamos a un sordo. Con ayuda de un sindicalista jodimos las carreteras a quien se mueve en tren. Nuestras reivindicaciones caían en saco roto una y otra vez.
Echo de menos aquella época en que uno podía salir con un arma y descerrajar un disparo en la cara de aquel que tantos problemas genera.
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