Fue el último en llegar. Allí en su taberna de siempre ya le esperaba Juan. ¡Que hijo de puta! Seguía igual que aquella madrugada que se despidieron. Casi veinte años de aquello. Haciendo de intermediario de Luis y Joaquina que discutían por alguna tontería. Un matrimonio, dos hijos, alguna hipoteca e incluso un tiempo de separación y seguían peleando y amándose como cuando Don Serafín los echó a todos de clase de matemática. Y al lado, Carlos, que prácticamente acababa de llegar. Él lo vio salir, se despidieron y, quizá por eso, no quiso esperar mas y salió a buscar a los amigos. Carlos le ofrecía el asiento frente a él. En aquella mesa, donde juraron encontrarse hacía tantos años después de faltar a clase de latín, se reunieron por fin los cinco.
Y cuando brindaron por su reencuentro una algarabía recorrió la taberna y alrededor todos sonrieron sin saber porqué, sin saber, sin ver, que los cinco fantasmas eran los que alegraban el salón.
¡Qué bonito!
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