Nunca en la historia de la humanidad ha habido una generación más
privilegiada y a la vez malcriada y quejicosa. ¿Usted a qué cree que se
debe?
Yo tengo una teoría: No se ha encontrado un sustitutivo para el guantazo.
de Jordi Miguel Novas.
A veces algo de lo que pasa por la vida se filtra en este blog. Otras veces es la fantasía la que se da una vuelta. El formato corto predomina pero siempre hay excepciones.
Cuando apareció en la puerta supe que había acertado. Un amigo me había recomendado el servicio y no lo dudé. ¡Escultural! Tal como había pedido: Una mujer fibrosa, con pelo claro y alta. Después de tantos años viviendo solo me apetecía dejarme llevar. Un capricho al año no hace daño.
Mi sueldo no da para grandes dispendios pero esta vez había solicitado el servicio de una pornochacha. Me atraía la idea de disfrutar viendo como alguien limpiaba mi piso que, ya de por si necesitaba un buen repaso, sin hacer nada. Solo contemplando el suave bamboleo de sus caderas, las sugerentes curvas que se proyectaran en la librería, en la cocina, hacer una cama con el erotismo por las nubes deseando a esa persona desde el dintel de la habitación. ¡Si! El morbo que había alimentado en la última semana estaba seguro que sería satisfecho.
La chica me pidió un sitio donde cambiarse para limpiar todo lo que hiciese falta. Me imaginación iba a mil.
- ¿O prefieres que lo haga aquí mismo? - Me sugirió coqueta.
- ¡No! No. Puedes cambiarte en esa habitación. - Le señalé la habitación de invitados. - Te espero en el salón.
¡Dios! Cuando llegó con el atuendo de limpieza el corazón empezó a bombear sangre a todos sitios, principalmente a mi entrepierna. Traía un plumero que agitaba como si fuese un abanico y me preguntó:
- ¿Quieres que empiece por la estantería?
- Ummmh... ¿Siii?
Retrepado en el sofá, con un archivo que tenía pendiente de leer, haciendo como si estuviese trabajando y ocupado, miraba por encima. Sus tacones le permitirían llegar a cualquier lugar de casa, sus largas piernas terminaban en un culo apretadísimo que dejaba entrever su cortísima minifalda. Sus caderas llevaban el ritmo de una melodía brasileña que no sabía de donde venía pero acompañaban mucho mejor que la Traviata que había estado escuchando hacia unos minutos. Su pecho puntiagudo y sus manos agitando el plumero en los libros que... ¿qué coño esta limpiando esta? Si solo mueve el plumero de un lado a otro sin tocar el resto de los libros. Así va a limpiar poco. Y durante un rato me quedé pendiente de como movía los brazos sin tocar los estantes de enmedio, solo los altos para que su minifalda se subiese. Quizá fueron unos minutos cuando volvió a preguntarme. ¿Quieres que te abrillante... el suelo? Para obtener la misma respuesta de antes, un dubitativo si, que lo mismo servía para cualquier cosas que me preguntase. ¡Como si se quería llevar la clave de la cuenta corriente!
Entonces ella saca un paño y se arrodilla en el suelo mientras va haciendo circulos en el mismo metro cuadrado. Dar cera, pulir cera. ¡Vale! Sigue teniendo un culo espectacular pero es que no tiene ni idea de limpiar.
- ¿Quieres que te traiga un cubo de agua? - Me atrevo a preguntarle por fin.
La chica asiente. Y cuando le traigo le cubo con la fregona. Lo mira sorprendida. Lo coge y se lo derrama encima dejando que le empape el poco uniforme de limpieza que trae.
- Uysss. ¡Que torpe! - Dice.- Tendré que quitarme el corpiño. Y empieza a desnudarse mientras el suelo está empapado.
Cojo la fregona y empiezo a recoger el agua que ha tirado. La chacha está buenísima pero me va a joder el suelo de parquet. Ella se queda contrariada y desnuda.
- No, deja. -Me dice mientras intenta quitarme la fregona.- Ha perdido el tono meloso de cuando entró. Como si ya no interpretase el papel.
- Mira... perdona pero creo que no sirvo para esto. Lo de ver limpiando a gente y sin hacer nada mientras... ¡Es que no me sale!
- ¿Pero... ? ¿No te gusto? ¿Quieres que llame a otra compañera?
- ¡No, no! ¡Que va! Si tú eres un sueño. Es que no sirvo para estar ocioso mientras alguien trabaja. Y sobre todo en mi casa.
- Pues... has pagado una pasta por dos hora. ¿Tú verás?
- No te preocupes. ¡Dejaló! Lo siento es culpa mía. Y le señalo la habitación de invitados para que pueda volver a cambiarse.
Cuando sale lleva los vaqueros desteñidos y apretadísimos con una sudadera vieja de la UCO, al hombro una mochila que supongo tiene el uniforme y esos taconazos de vértido. ¡Desde luego está impresionante! Y yo he terminado de fregar el salón y empiezo a recoger la cocina cuando ella me llama la atención.
- ¡Me sabe mal irme así! - Me dice. - Si quieres te ayudo.
- No, en serio. Muchas gracias. Además ya he visto como limpias y la verdad...
- ¿Qué dices? ¡Yo limpio de puta madre!
Y con una de esas poderosas caderas rumberas me golpea quitándome el sitio frente al fregadero. Cogiendo el estropajo empieza a fregar.
- ¡Anda! Tira para el baño que también lo tienes de aupa. Yo me encargo de la cocina.
Camina con paso lento de la mano de una de una mujer que hace tiempo pasó la cincuentena. Ella va despacio con una de esa muñecos que parecen un bebé de verdad. De vez en cuando se para y le hace alguna carantoña que el bebé muñeco no corresponde pero si la mujer que la acompaña. Pasean por el parque y se toman una cocacola en uno de los bares con terraza. Los paseantes las miran sorprendidos y no pueden evitar sostener una mirada incomprensible al bebé que ella maneja con primor.
Después las dos se levantan con cuidado y siguen su camino. Una reja se les abre y entran. Una mujer vestida de blanco impoluto lleva su nombre bordado en la camisa: Blanca.
- Buenas tardes Carmen. ¿Cómo ha ido ese paseo? - Le pregunta Blanca mientras le hace una carantoña al bebé muñeco.
Carmen solo le sonríe. Y entonces la señora que ya no cumplirá los cincuenta se le acerca y le pide al bebé muñeco. Carmen la mira, confía en ella, algo le dice que debe ser buena persona y se lo entrega. Entonces, con el muñeco sujeto como si fuese su propio hijo, le dice que no se preocupe. Que acompañe a Blanca a hacer la comida y ella se ocupa. Y antes de que las dos se pierdan tras la puerta de cristal la abraza con el brazo libre y le da un sonoro beso mientras le dice bajito al oído:
- Mañana nos vemos de nuevo mamá.
Post.
Carmen hija, una vez que Blanca y su madre han traspasado el umbral y está fuera de su vista agarra el muñeco bebé de una pierna y lo balancea como si fuese una raqueta. Siente un pequeño placer al agitar el muñeco al que se su madre le profesa el cariño que ya no da a su hija.
Y... ¿esto a que viene? Pues que hoy he visto a una señora con uno de esos muñecos haciéndole carantoña mientras la familia la llevaba de vuelta a la residencia. Me ha llamado la atención el instinto maternal que despierta el alzheimer. La responsabilidad de los hijos vuelve cuando ahora son ellos los que se encargan de los padres.