Suena el teléfono. El café humea en la taza. Echa una cucharada colmada de azúcar, media más y una última que es un lágrima dulce. Lo remueve lentamente. Respira el aroma y con el mando en la mano izquierda apunta al reproductor de música. Una melodía se confunde con la séptima llamada que da el teléfono. Un pequeño sorbo para descubrir que aún quema ese café. En la noventa llamada decide que es hora de contestar el teléfono. Nada más descolgar, se arrepiente.
A veces algo de lo que pasa por la vida se filtra en este blog. Otras veces es la fantasía la que se da una vuelta. El formato corto predomina pero siempre hay excepciones.
15/10/20
7/10/20
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Alguien me persigue. He visto su sombra, casi puedo olerlo pero la panadería de la calle me despista. Es curioso como ni siquiera de madrugada no puedo estar solo. Lo peor es esa sensación de seguridad, de hogar, que tiene el pan recién hecho. Como si el olor de un horno, de una candela, fuese sinónimo de estabilidad, de confianza. Me cobijo en el portal de la panadería. La sombra se aproxima. Una navaja asoma en su mano. Cada vez mas cerca el brillo del acero y solo se me ocurre cerrar los ojos para evitarlo. Me concentro en el olor que llega dejando de lado el pan. Ahora si. Mi perseguidor huele a Evento, la de años que no volvía a entrar en mi cabeza ese olor. La puerta se abre.
- Toma Carmelo, tu pan. - Le dice el panadero acercándole una bolsa de plástico del que sobresale una barra.
Con la navaja corta la mitad y mete las dos partes en la bolsa de plástico antes de hacer un nudo con ella. Los dos me miran.
- ¿Y usted... que desea? Me pregunta el panadero.
Y recomponiendo mi miedo matutino le pregunto si me podría dar dos molletes.