El tipo se acercó al mostrador. Venía pidiendo un imposible pero de verdad lo que quería era una hostia. Así que respiré profundamente y empecé a contar hasta diez. No funcionaba y segui hasta doscientos cuarenta y ocho cuando llegué al doscientos cuarenta y nueve abrí los ojos ya no estaba. Entonces salí a su encuentro. Lo llamé y cuando estaba a su lado le di aquello que había venido a buscar: Su hostia.
Pues mira, sí. Tú te relajaste y él se llevó lo que necesitaba. Debería hasta darte las gracias por ello
ResponderEliminarNo le había echado cuentas a este post. Es lo que pasa cuando escribes en un sitio y lo llevas a otro. MPili... con lo que me quedé fue con las ganas de dársela de verdad. Y ya no necesito contar tanto, me sofoco con dificultad en seis como mucho estoy como nuevo. (Excepción de mi hijo que el infinito me parece poco.)
Eliminarjajajajajajaja qué bueno lo de infinito...
ResponderEliminarMi problema es que primero doy la hostia y luego me digo "coño! si tenía que haber contado primero!"
Entonces... el límite está en doscientos y pico??? lo digo para ir practicando que algún que otro papá tocapelotas...
ResponderEliminarNo Feo, ese es el mío. ¿A cuanto llegas tú?
Eliminaryo no hubiera pensado tanto, quizás me hubiera chocado, pero el cliente siempre lleva razón, verdad?? jajajajajajajaja
ResponderEliminarVerdad. Y hay que darle lo que quiere aunque no lo pida.
Eliminar¡La hostia!
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