Hace tiempo que la imaginación no corre entre las orejas como antes. Ahora tengo que buscarla en los cuadernos viejos, en las agendas en las que las primera cifra es un doscientos. Tengo que buscar un personaje, un paisaje, algo que consiga que fluyan las letras. ¡Cualquier cosa no me vale! En el cuaderno rojo hay varios personajes. Son personajes que describí una tarde de playa. Hay unas chicas, un marido con sombrilla y juguetes, una señora que lee y... hay uno, un tipo que estaba en la arena, gordo, impresionantemente gordo, que llevaba una camiseta de la selección española, la camiseta de Torres. Ese personaje, cada vez que pululo por el cuaderno, aparece para echarme en cara que lo tengo relegado. Que nunca apareció en el blog, que nunca llegó a ser ni siquiera un secundario de algún relato, ni un micro de media frase le he dedicado y eso, cada vez que abro el cuaderno, el tipo me lo recrimina. Se acerca a la oreja para recordarme que una vez lo describí.
La culpa de que no encaje en ningún texto es mía, porque él sigue siendo el gordo de la playa. En el cuaderno esta así, como: El Gordo. Y más, mucho más, ese personaje está descrito como muy gordo, asquerosamente gordo, como un cachalote que sale del mar para morir allí, prácticamente inmóvil solo con un poco de fuerza para dar alguna coletada de vez en cuando como si se hubiese dado cuenta de su error tarde y ahora pidiese lastimosamente que alguien lo devolviese al mar. Pero ese gordo está en tierra y ni siquiera tiene intención de morir decentemente. El tipo está en una butaca. Una butaca que reventará de un momento a otro, el gordo no encaja en ningún relato, entre otras cosas, porque no me atrevo a nombrarlo como la primera vez, a hablar de sus michelines, que digo michelines, con letra casi ininteligible las nombro como ruedas de tractor, como ruedas derretidas que se derraman por la butaca hasta tocar la arena de la playa. Ahora no me atrevería a decir eso, ni a hablar del bañador, tan ridículo, como una telilla que se pierde entre los pliegues de la carne, casi invisible. Entonces lo imaginaba desnudo y simplemente...era tan repugnante que me daban ganas de vomitar.
Así lo describí una tarde de playa. Una tarde en la que podía haber quemado el mundo de haber tenido la cerilla adecuada pero solo fui capaz de escribir sobre un gordo.
Por eso ese él no encaja en ninguno de mis relatos, no porque cada vez me cueste más escribir de esa manera tan soez, no encaja en ningún texto porque el puto gordo siempre me recuerda que no fui capaz de enfrentarme a nada, a nadie, y solo pude sacar lo peor de una persona que no conozco en un folio de un cuaderno lastimoso.
y es cierto que tal personaje existe. En mi calle hay uno...
ResponderEliminarEn cualquier parte los hay. Pero siempre depende de nosotros como queramos verlos y en eso incide más nuestro estado de ánimo que otra cosa.
Eliminarpor partida doble te digo: qué bueno eres, chaval!
ResponderEliminarTambién te diré que a mi los putos gordos infectos también me dan asco. Esos blandos que se desbordan sus carnes por encima de la ropa, que no pueden andar porque sus muslos no les permiten moverse y que no pueden cogerse una mano con la otra porque las carnes que se alojan en sus sobacos no se lo permiten, me hacen vomitar.
El kioskero de mi calle es así. Mi jefe tiene una barriga asquerosa y no anda, se balancea como hacía Fraga, y además escupe al hablar....tiene los morros gordos y la piel de las manos parece que le estallará de la cantidad de líquido que retiene. Huele a diabético que echa para atrás y me da muchísimo asco que un tipo como él tenga las santas narices de decirle a una mujer como yo que no merece respirar el mismo aire.
También yo tendría que darte la enhorabuena. Describes de vicio. Podemos ver a tu personaje.
EliminarTotalmente cierto. Maripili, detesto a tu jefe. Me repugna.
EliminarTe aseguro, Yo, que me he quedado corta.
EliminarPues ya lo has descrito, y muy bien perfilado además. No tiene razones para quejarse: si hubieses seguido "perfilándolo" su imagen se haría más y más nauseabunda.
ResponderEliminarAunque bueno, para un esperpento de Valle-Inclán sí serviría.
Se la debía.
EliminarBueno cuando uno tiene un dia malo y no sabe, se ve a la gente con el mismo prisma que sentimos o por asimilizacion por el mismo que nos recuerda a otro.
ResponderEliminarQuien sabe sin con otro humor hubiera sido un gordo patoso o divertido o sonriente o, mas cabron aún!!
Eso si, la descripción bien explicita!!!
Como tú dices, va por días. Lo mismo otro día me pilla de otra manera.
EliminarOpino lo mismo que palmoba, al fin y al cabo, todos somos personas
ResponderEliminar¿Recuerdas que te comenté que tenía una amiga con el mismo problema del que hablabas en una de tus entradas? A veces, en algún relato, en algún micro, puede aparecer algo que se que no es del gusto de todo el mundo. Entonces tengo un dilema, lo escribo como lo siento, como creo que puede sentirlo el personaje, como lo vi la primera vez, o le paso un filtro para que sea "politicamente correcto". Si estuviese en un periódico, o fuese una columna de opinión, un elemento público tendría que hacerlo. Pero esto es un blog y a las personas que me importan ya tuve que convencerlas en su momento para que, escriba lo que escriba en el blog se quede ahí.
EliminarAquí puedo contestar como Bubo pero fuera hay más y ahí es donde puedo mirar, donde gesticulo, donde tengo un tono que puedes diferenciar y ese, la mayoría de los que aparecen por aquí, no lo conoce. (Aunque a veces, incluso a mi, me cueste diferenciar uno de otro.)