Se hizo una apuesta consigo. No volvería a decir te quiero hasta que no lo hiciese ella. Al quinto día empezó a molestarse y la perdió completamente al noveno. Cuando en la cocina, mientras ella batía claras para hacer un postre, el se acercó por su espalda y se lo susurró al oído. Siguió batiendo un minuto más mientras el miraba por encima de su hombro. Cuando las claras estaban montadas se giro, le cogio del cuello y le comió la boca. Ninguna palabra. Solo una sonrisa que lo decía todo.
Dejo de apostar.
A las palabras hay que perderles el miedo
ResponderEliminar...aunque te dejes el sueldo apostando.
Besos, Bubito.
En según que cosas las palabras sobran.
ResponderEliminaryo soy una bocas, y no puedo retenerlas, todo se me convierte en palabras muy a pesar mío, y para bien , y para mal....
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