Corre, corre, corre, le digo. Sabiendo que es lo que quiere oír. Cuando lo que quiero decirle es: Para. Detente. Mira alrededor. ¿Acaso no ves lo que te rodea? ¿No quieres sentir lo que hay alrededor?
Pero ella está hecha para correr. Para no mirar atrás. Lleva la velocidad en su cabeza. Y solo cuando un árbol la detenga, caída en el suelo, abrirá los ojos. Se levantará, mareada aún, y seguirá corriendo hasta el siguiente árbol.
Y yo, que me encantaría tenerla un rato a mi lado, solo puedo animarla a correr.