Obelix pedalea con la lengua fuera. El sudor le baja por el pecho descubierto como si fuese una cloaca en la roca. El monitor le hace un gesto para que baje el ritmo pero él se niega. Está al borde del infarto cuando interrumpe la clase de spining. Terminamos por hoy, dice a falta de cinco minutos para la hora el tipo que está cubierto con mallas de nylon. Los demás bajan de sus ciclstatic, recogen las toallas pequeñas y beben un sorbo de agua. Obelix simplemente se deja caer. Una chica le saluda desde la entrada de la clase. Yo también me dejaría infartar si con ello consiguiese el abrazo que recibe.