El perezoso apagó la alarma del móvil antes de que el sonido aumentase. Y, por su puesto, se pidió cinco minutos mas en la cama. A las 6:20 volvió a sonar el segundo aviso que usaba como nuevo aviso debido a su poca confianza en despertar completamente. Le pillo en la ducha y, haciendo malabarismo entre la cortina y el chorro de agua, volvió a marcar para que dejase de sonar. La tercera alarma de su despertador ya le pilló en bicicleta. Se apagaba sola, el problema era que debía revisarla por que si no podía empezar a marcar números señalados antes de las siete de la mañana. Puntual llegó al trabajo.
El perezoso abrió su boca como si necesitase todo el café que podía hacer la máquina y mientras subía se frotó los ojos. El líquido amargo parecía recuperarlo como persona pero el día se preveía duro. Así fué. Mucho trabajo, varias cosas pendientes de algún compañero y trabajo extra que, sin entrar en sus competencias, había ido quedando relegado a su actividad. Precisamente por perezoso. Por hacer que las cosas no se repitiesen y funcionaran bien desde el principio le dedicó mas tiempo a algunas plantillas, bases de datos, que solo él trabajaba.
Al perezoso le costaba volver a casa en bicicleta. El calor del verano era pesado y antes de llegar debía comprar el pan en una de esas tiendas que trabajaban a destajo y abren como si fuese farmacia de guardia. Saludó al dependiente y se alegró de que a las barras le faltasen unos minutos. Una cerveza era una excusa perfecta para esperar.
Ensalada, ensaladilla, salmorejo, gazpacho... las comidas de verano son rápidas y fáciles, no hay que estudiar ingeniería para poner en la mesa algo fresquito. Los platos quedaron en la mesa un tiempo mas que prudente hasta que se decidió a recogerlos y fregarlos. El sueño volvía a instalarse en sus ojos. Miró el teléfono y descubrió varios whatsapp.
- Tengo que ir a comprar - decía en uno - ¿te vienes y me ayudas?
Al perezoso le costaba tanto decir que no, que terminó diciendo, por pereza, que si. Y la tarde la paso entre supermercados y bricolaje, entre cocinas y arreglos. Y así fue como la noche, tarde, fue llegando y la cama volvía a recuperar al perezoso que la había añorado todo el día. Un libro en la mesilla le recordaba que en su vida perezosa no estaba haciendo nada y se decidió a seguir la lectura que el día anterior había dejado por pereza o cansancio, ya no recordaba. Aún no eran las once y media de la noche, seguro que algún capítulo le daría tiempo a leer.