31/7/12

Amanece

Pestañea el Sol
las luces se despiertan
entre las calles.

27/7/12

A mis amigos.

Os mando este mensaje desde el infierno. Necesito saber cual de vosotros aplaudió cuando me dieron la extremaunción. ¡Hijos de puta! Sabéis que en cuanto me tocan las palmas...


Mis Amigos.
El cuadro es de José María López Mezquita.
Uno de los mejores retratistas.
La pintura, junto con el desnudo de Acosta
lo mejor que se puede encontrar en el 
Bellas Artes de Granada.
(Cuando la exponen, claro.)

26/7/12

Piojos

- Otra vez la niña con piojos. - Nos dijo mi compi

Y a partir de ahí vino una serie de comentarios donde actividades, enumeraciones de parásitos encontrados, personas infectadas y vinagre a granel entre otros útiles hicieron que los oyentes notásemos una cierta picasina por parte del cuerpo. Disimuladamente alguno se llevaba la mano detrás de la oreja, o en la base del cogote pero fue Carlitos quien nos llamó la atención. Después de mirarlo durante un rato el ser rascaba sin ningún pudor y le dije:
- Carlos, este tipo de conversaciones suele tener un efecto picajoso y a veces es difícil contener las ganas de rozarse para eliminarlo pero... ¡¡Coño!! ¿Quieres dejar de rascarte los huevos?

24/7/12

Flores


Yo siempre le llevo flores a mi esposa.
Así nunca sabe si lo hago por gusto o por remordimiento.

L. Dixit.

20/7/12

Jameson.

Pastillas de Jameson* para mitigar el dolor de la espera. 








* Tanto de Jenna, como del whisky irlandes. 

Don Serafín.

Don Serafín entró en la taberna y saludó con un gesto. Su pañuelo al cuello en pleno Julio, su sombrero, ese deje senequista en el habla, amén de su conocimiento en el flamenco más enraizado hacía que se le tratase con mucha estima en la peña flamenca más antigua de la ciudad.
-Niño llévale al señor su mediecito y no le des la tabarra. ¡Y quítate esos auriculares de la cabeza!
Quince minutos después, viendo que el chaval se retrasaba, el padre entró en la dependencia. Don Serafín estaba  caido en la mesa con los auriculares del adolescente aún colocados es sus oidos. 
-¿Pero que le has puesto?
El chaval, compungido, solo pudo articular: Pitingo.









Este es otro de los relatos. Me he dado cuenta que no valía, me pasé de líneas. Entre lo que pedían para este micro era usar la palabra "Pitingo" y extremar las características de una persona. Resulta que es un relato al que le he cogido cariño. Me senté en unas escaleras y empecé a escribirlo en el móvil. No tenía ordenador y la conexión iba regular. Me esperaban para salir a la piscina y era el último día, la última hora que podía enviarlo. Y así, sin presión, salió esto. Para hacerlo a la carrera, me gusta. 

19/7/12

Alka-Seltzer o... ¿Como era eso?


La pareja salió del la consulta agarrados del brazo.
- Ochenta. ¡Ese médico hijo de puta me ha echado ochenta años! Y tú dándole la razón en todo. Si ya me lo dijo tu madre cuando nos casamos. Te llevas a la más atravesada de mis hijas. ¡Podías haberme echado una mano! ¿No? –le dijo cariñoso a la mujer– Anda, dame un beso aquí que llego tarde a trabajar –le dijo señalando la boca. 
- Hace más de veinte años que te jubilaste. ¿No me recuerdas? Soy Merceditas, papá.





Ha empezado El Microtaller, un programa de radio, y el otro día les mandé este. 

12/7/12

Mezclando conceptos.

- Si, ese sitio famoso. Donde vive la duquesa esa mayor que se casó hace poco, que si Bubo coño, si tú te conoces Sevilla, que tienes que saber como se llama, ¿como era? ¡Ah, si! ¡La casa de Bernarda Alba!

- ¡Joooodeeer!

10/7/12

Pilates

Es el tercer día y ya no sabe que excusa poner. Le había dicho que la acompañaría en sus ejercicios de pilates. Que por las tardes, después de una siesta reparadora, los dos quitarían los muebles del salón, pondrían sus alfombrillas en el suelo, la de ella comprada hacía unos meses para seguir esos mismos ejercicios, la de él comprada hacía años para dormir en cualquier sitio, y empezarían a ejercitarse para tener un cuerpo ideal.
Esta vez se le habían acabado las excusas. Simplemente le dijo que no, que por fin había cogido el ritmo en ese libro que durante semanas se le resistía y que no pensaba dejarlo, que no tenía ganas. Fue ella quien apartó los muebles del salón, la que dejó su alfombrilla frente a la televisión y puso el DVD con una profesora americana, que había entrenado a infinidad de actores y actrices, y se comenzó a seguir los ejercicios que proponían. 
Él, desde el sofá, miraba de reojo  un rato la televisión, otro a la chica, a veces volvía al libro de Luis Mateo Díez, intentaba recordar por la linea que iba pero en cuanto leía tres renglones devolvía la vista a la los ejercicios de pilates. 
Después de un tiempo miró el reloj. La chica llevaba media hora haciendo ejercicios se la veía acalorada. Él, sin embargo, seguía tranquilo con el libro aún en sus manos. Cuando ella acabó, empezó a enrollar la alfombrilla. Entonces de un salto se levantó del sofá, la ayudó a colocar la mesa y las sillas en su posición habitual, estiró la funda del sofá, levantó los sillones y quedaron, exáctamente, como antes de la sesión. Una vez devuelto todo a su lugar era él quien estaba acalorado, secándose una gota de sudor que empezaba a resbalarse por su frente miró a la chica y le dijo:
- ¿Vamos ahora a la ducha? - Le dijo meloso - ¡Es que esto del pilates me cansa un huevo!

Funcionario


(1) Trabajador que desempeña funciones en un organismo, ya sea el legislativo, el ejecutivo o el judicial.
(2) Trapo donde el afilador comprueba el trabajo hecho.

9/7/12

Lunes 9/07/12


   No es que yo le tenga manía al lunes. 
Es él quien me tiene manía a mi. 

8/7/12

Opciones.

   Desde pequeño Carlos había sido una de las promesas del barrio. Después de haber salido airoso de una adolescencia rebelde, como todos los chicos de la zona, decidió seguir estudiando. Durante cuatro años estuvo alejado de casa, y si bien sus notas no eran especiales, tampoco fueron tan malas como para pensar en olvidar la licenciatura y ponerse a trabajar con su padre. La tienda es la última opción, decía. Entre sus planes se encontraba una empresa con los compañeros para poner en marcha lo que habían aprendido, aunque la mayoría de las ideas no pasaban de varias charlas delante de una barra y difícilmente llegaban más allá del siguiente mes.
   
   Cuando acabaron sus estudios regresó al barrio. La convivencia con su padres, volver a costumbres olvidadas durante los años de estudio hizo que comenzara a frecuentar las amistades de su etapa adolescente. Los planes y las buenas intenciones que había ido organizando mientras se encontraba en la facultad dejaron de tener preferencia. Pensó en dar clase en alguna academia o a algún conocido, mientras enviaba curriculums a algunas empresas que le atraían, pero la idea, al igual que las ganas con las que había salido fue desapareciendo. Sin darse cuenta derrochaba el tiempo en salidas y charlas. Algunas empresas le habían contestado a su petición de empleo, pero la mayoría no se habían tomado la molestia. Después de unos meses sin ninguna expectativa de trabajo no le quedó más remedio que hacer caso a su padre.
- Solo por unos meses, Carlos.- le decía – Hasta que encuentres algo.

   Para él, empezar, era rechazar cualquier esperanza, y, aunque indeciso, comenzó a trabajar en la tienda. Poco tiempo después se le empezó a notar otra aptitud. Pasaba horas detrás del mostrador mirando el barrio. Recordaba como de niño había estado jugando en la plaza, las peleas con los chicos de la calle de al laso, los partidos de fútbol terminados a golpe de voz por las madres, las pintadas obscenas en las paredes blancas, las bromas a los vecinos. Algunas rencillas, quedaban aún pendientes. ç
  
   Esa rabia de adolescente le llegaba ahora cada vez que veía a una mujer, era una de los vagabundos que pululaban por el barrio. Tenía andares de anciana, y caminaba despacio, avanzando un poco cada vez. Tiraba de un cochecito de bebé lleno de restos que encontraba en los contenedores. Vestía un abrigo cochambroso, de un color indeterminado que no dejaba entrever alguna tonalidad pasada. Una gorra azul, de una constructora le encajaba en la cabeza dejando asomar un pelo gris y melenudo, muy sucio. Unas zapatillas de paño, con unos calcetines de lana, era lo poco que se le distinguía además del abrigo. Unas zapatillas que a él se le antojaban iguales que las que regaló a su padre, hacía de eso varios años, si no eran precisamente aquellas. No entendía como habían ido a parar a los pies de aquella vieja. Cuando pasaba por la plaza, Carlos, parapetado detrás del mostrador, se detenía y la seguía con la mirada. De vez en cuando se paraba y recogía algún trasto que colocaba primorosamente dentro del cochecito de bebe. Allí había de todo, latón y algunos trozos de hierro, una manta raída de un tono verdoso, varios cartones y a veces alguna revista que ella ojeaba curiosa mirando las fotos y señalándolas como se señala un álbum de fotos, recordando a conocidos y familiares.

   - La pobre, lo paso muy mal cuando murió su hija y no se ha recuperado.- Su padre le devolvía a la realidad, en la tienda, cuando él se quedaba mirándola olvidándose del trabajo.

   Carlos lo miraba y asentía con condescendencia, pero no entendía como esa vieja le daba lastima. No sabía si le daba más coraje la vieja aquella o ver como su padre se compadecía de ella. El no sentía nada, si acaso asco por ver como iba enrareciendo el buen ambiente que había antes en el barrio.

   Recordaba las palabras de su padre y se le quedaban dando vueltas “lo pasó muy mal”, pero él no quería comprender, le daba vueltas a su situación y hacía comparaciones que solo justificaba su cabeza. “También yo lo he pasado mal y no voy pregonando mis miserias por el barrio”, la falta de trabajo, los problemas que encontraba para irse de casa, cualquier cosa le valía para defender su postura. Después se inculpaba por haber perdido el tiempo en la facultad, mientras los demás empezaban a trabajar y algunos de sus amigos ya tenían una familia. “Puta facultad” se decía, la mayoría de los problemas los daba el tener a tanta gente disponible, con una miseria de sueldos, y trabajando doce horas, esos habían sido los cabrones que conseguían que gente como él estuvieran buscando un trabajo que nunca llegaba.

   Durante varias semanas había visto como en el barrio habían ido apareciendo más mendigos y algunos yonkis que iban de un lado a otro pidiendo dinero a todo el mundo. La vieja tenía por costumbre deambular cerca de la taberna del Vero y siempre se la encontraba cuando salía de copas con los amigos. El sábado después de ir a comprar tabaco, la taberna era la mejor posibilidad entre todas para pasar la tarde. Aunque no fue hasta bien entrada la noche cuando Carlos salió de allí. Con un andar trastabillado, iba acercándose hasta el coche. Abrió y se acomodó en el asiento, no quiso arrancarlo hasta serenarse un poco, puso la radio y vio como en el banco, frente a él la vieja entraba con su carrito. A Carlos le costaba mantener los ojos abiertos y vio como una pareja abrían la puerta del cajero y se sobresaltaban. Sin llegar a entrar volvieron a cerrar la puerta y se marcharon de allí.

   Carlos salió del coche y se acercó, desde la puerta de cristal veía como la vieja estaba acurrucada en una esquina, buscó en su cartera y sacando una tarjeta de crédito la introdujo en la cerradura electrónica para abrir la puerta. El lector no emitió ningún sonido, la puerta llevaba años estropeada. Entró.
La vieja se removió en su rincón y Carlos se acercó al cajero para pedir dinero. No pudo reprimir un puntapié al ver que se lo negaban, el recibo aparecía en números rojos. Al darse la vuelta se acercó a la esquina donde se encontraba la vieja y con la suela del zapato desplazó uno de los cartones que usaba como colchón. Un lamento salió quejumbroso desde el suelo, no se volvió. Abrió la puerta y se dirigió al maletero del coche. La lata de aceite que guardaba su padre en el maletero seguía estando allí. La cogió y siguió buscando entre las cosas del maletero hasta que encontró una llave inglesa. Se dirigió al cajero otra vez, la puerta se abrió al golpearla con el pie. La vieja se escabulló en su rincón. Al verlo entrar volvió a emitir un quejido lastimero y Carlos soltando la lata a su lado se acercó a ella preguntándole:
   - ¿Qué dices, vieja?- le gritaba mientras con la mano derecha sujetaba la llave.- ¿QUÉ, QUE DICES?- le volvía a gritar.

   La vieja no hablaba, se había quedado petrificada mirando la llave inglesa de Carlos. Y este al darse cuenta del poder de atracción que ejercía en ella le descargó un golpe en el costado. La vieja se dolió del golpe y soltó un chillido agudo, de ave nocturna, un grito lastimero que dejaba entrever toda su indefensión. Carlos le golpeo a hora en la cara, lo hizo tres o cuatro veces seguidas. La llave inglesa había salido disparada en el primer golpe y se encontraba en el suelo. Sus uñas se le clavaban en la palma mientras golpeaba a la vieja. Esta no dejaba de gritar y él la agarró del pelo y zarandeándola la obligo a callarse apretándole en los carrillos con la mano libre. La boca reflejaba su miedo con una gran “O” que formaban sus labios. De su cara sucia salían unas lagrimas que se iban desvaneciendo en las heridas manchando de rojo su abrigo incoloro. Cuando consiguió tenerla un momento en silencio Carlos le tiró del pelo y la golpeo en la pared dejando una mancha encarnada donde algunos cabellos se quedaron pegados. La vieja se desplomó junto a su manta mientras Carlos se dirigía al cochecito de bebe y sacaba de él todas las porquerías que había acumulado en los últimos días. Las revistas, los cartones, fue arrojándolo todo junto la vieja formando alrededor de ella una pira. Recogió la lata de aceite que había dejado de lado y comenzó a esparcirlo junto a las revistas, el abrigó se llevo un buen chorreón junto las zapatillas de paño y los calcetines. Todos los cartones estaban empapados y solo cuando el líquido le llegó a la cara se movió un poco. Carlos encendió su mechero y abriendo la puerta le prendió fuego a un cartón. Las llamas se extendieron rápidas mientras él salía del cajero y sujetaba la puerta. La vieja se asustó al ver como su ropa comenzaba a arder. Los zapatillas de paño y el abrigo comenzaron a proporcionarle el calor que había buscado en el cajero, pero era un calor que abrasaba, era tanto el tiempo que había estado pegado a su piel que no encontraba la manera de quitárselo. Carlos desde el otro lado de la puerta veía como la vieja se afanaba en desprenderse de la ropa. Una arcada le subió hasta la garganta en el momento en que la vieja se desprendía del abrigo, los pies intentaban, en un baile absurdo, deshacerse del fuego que le abrasaba las pantorrillas. Tras la puerta Carlos veía como se deshacía de toda su ropa y la iba tirando al montón que había acumulado él. Desde la acera mantenía atrancada la puerta convirtiendo en un infierno el cajero de la sucursal. El humo empezaba a llenarlo todo y la vieja aferrada al otro lado de la puerta iba dejándose llevar por un sueño que la anestesiaba del dolor de las quemaduras. Desde el exterior, Carlos, veía como la cara arrugada y maltrecha de aquella vieja, dejaba la agonía del dolor y se iba dulcificando relajando sus facciones, casi una sonrisa que le dedicaba a él. Se desplomó en la apertura de la puerta sin dejar que nadie pudiese entrar a no ser que la recogiesen antes o más bien que la echasen a un lado con la mismo puerta y saltasen por encima.
Carlos, al ver que no se movía se dirigió al coche, bajo las ventanillas para encenderse un cigarro. No encontraba su mechero y estuvo un rato esperando que se calentara el encendedor del coche. Cuando comenzaba a disfrutar de la primera calada una sirena oía desde el principio de la calle. Los bomberos entraban a sofocar el fuego. Unas luces azules los seguían de cerca. Las mismas que se detuvieron a su lado.

   Un policía le apuntaba con la pistola y Carlos salió del coche, mecánicamente se dirigió al capó que era donde le señalaban. El policía le separó las piernas y sujetándolo por las muñecas le obligó a juntarlas en la espalda. Mantenía los ojos abiertos, muy abiertos, había descubierto que cada vez que los cerraba solo veía a la vieja, pegada al cristal, desnuda, gritando, con un grito agudo, como de ave nocturna

Desde primera hora.

- Buenos días. - Saludo uno.
- Buenos días. - Le respondió el otro. 


...y los dos mentían. 

6/7/12

Fotografía.

La fotografía de la que estaba tan orgullosa le costó dos disgustos. El primero fue a causa de su padre. Cuando la vio en el escaparate del fotógrafo fue directo a casa y recibió el último tortozo que le daría en su vida. El segundo disgusto llegó más tarde. Baldomero, que se había enamorado de ella antes de conocerla en ese mismo escaparate, la pidió en matrimonio.  El segundo disgusto llegó, concretamente, cincuenta y siete años más tarde, cuando Baldomero murió. 

5/7/12

Despertar.es

Me dejas unas sábanas empapadas de sexo y sudor. Una persiana abierta y unos putos pájaros silbando en el alfeizar. ¡Que coño tienen las plantas de la ventana para que todos vengan a amanecer aquí! 
Me dejas una erección mantenida por lencería negra y un minivestido del Joventud de Badalona. Un olor de Adidas Fruity y un beso a medio camino entre en el pecho y el cuello.
Me dejas en la cama para encontrar el sueño atrasado mientras tú haces realidad el mío. 

2/7/12

Costura.















Cóseme la boca con tu tacón de aguja 
pero no me dejes gritar tu nombre 
cuando faltes.